miércoles, 30 de enero de 2013

La vida arpía.

La elocuencia de la vida es recta,
sigue su trayecto frecuente
y de vez en cuando se detiene,
alza su mano y sigue su travesía inerte.
La fortuna es una arpía ,
acudir con esa usurera es un albur,
es para los débiles, para quien teme.

El ser se guía por luz,
los tontos la colocan detrás
de sus apagados cuerpos, en cambio
el virtuoso se ilumina con el faro,
esclarece su camino infrecuente.

El hombre puede recorrer,
en cambio; si quiere vivir hay que seducir,
conquistar la voz viril,
descansar para no sentir culpas,
acechar cada molécula
llena de dejada vida,
poder estar acompañado
de la gran soledad, hacer todo...
Pero en la vida misma;
ahí, ahí yace la muerte.

Carlos Osorio.

lunes, 28 de enero de 2013

Amor en cuatro tiempos (Tercera parte).


Fuck all those kisses it didn´t mean jack.

–Qué belleza de lugar Santiago. Todo luce tan vivo, tan lleno de sabor y color. Gracias por traerme aquí. Sabes que me encanta bailar.
            Las luces rojas y blancas  del salón Tropicana deslumbraban el rostro de Julieta, quien deseaba con insistencia entrar y poder bailar al ritmo de los pianos y maracas tropicales hasta que sus pies de sierva no pudieran más. Santiago bajó del automóvil rojo y con un gesto de galantería y caballerosidad se dio la vuelta y abrió la puerta sosteniendo con delicadeza la mano de su adorada. La guió con astucia deslizándose entre las demás personas a la entrada del salón y pidió una mesa lo más cercana posible a la pista de baile.
            –Luces maravillosa hoy, Julieta. Ese vestido combina totalmente con el color de tus ojos. ¿Quieres algo para beber?
            –Sí Santi, gracias. Wiski de preferencia.
            –Deja lo pido querida. Mesero, mesero por aquí por favor.
             Pidieron bebidas alcohólicas: Brandi para el caballero, Wiski para la señorita, y mientras degustaban los elixires destilados se oteaban el uno al otro con un deseo incandescente. Ella contemplaba sus labios gruesos y la leve barba que le brotaba del mentón; él divisaba la tersura de sus mejillas y la curva resplandeciente de su sonrisa; ella descubría con la mirada la robustez de su espalda; él imaginaba mundos fantásticos que se perdían en la sensualidad de sus caderas. Se curioseaban con deseo.
            –Mi estimado caballero, el día de hoy usted luce estupendo –recitó Julieta al apreciar el atuendo un tanto casual pero distinguido que portaba Santiago.
            –No tanto como usted querida señorita. Esa sonrisa es suya o se la pidió prestada a un ángel celestial.
            Julieta se sonrojó irrisoriamente.
            –Esta disfrutando de esta noche caballero –dijo Julieta dándole sorbitos a su bebida.
            –No tanto como usted bella dama, que es la razón por la que disfruto estar aquí.
Santiago bebió lentamente para gozar el sabor seco y exquisito del líquido añejado. Vio las luces brillantes del lugar e impaciente buscó el momento adecuado para dirigir a Julieta rumbo a la pista de baile. Se hallaba nervioso. Esperaba no causar ninguna mala impresión ya que después de tantos meses juntos, su relación había estado llena de momentos reconfortantes y agradables con pocas situaciones vergonzosas o desabridas. Respiró profundo y se dignó a hablarle con espontaneidad.
            –Le gustaría concederme esta pieza señorita –dijo Santiago con seguridad.
            –Por supuesto que sí amable caballero –respondió impaciente Julieta.
            Bailaron de un lado a otro sobre la pista. Se aislaron en un mundo, en un universo perfecto donde únicamente existían ellos dos. Nadie más. Al ritmo del merengue dominicano y la salsa cubana se conocieron el uno al otro. Julieta descubrió el leve movimiento de cadera que Santiago hacía al cambiar de ritmo. Santiago vislumbró la expresión burlona y apenada que Julieta hacía cuando se equivocaba levemente con algún paso. A través del baile se dieron cuenta de la conexión mágica que existía en ambos. Sus cuerpos se extasiaron al compás de la música y al quedar solos en el escenario se besaron con pasión. Él la besó y la tomó por la cintura. Ella lo besó y lo estrechó por la espalda.
            Después de un rato regresaron a su mesa, solicitaron algunas bebidas de más y pidieron la cuenta. Entre risas y jolgorio volvieron al automóvil de Santiago y se dirigieron hacía su casa. Condujo con cuidado debido a las copas de más, pero con un ferviente deseo por llegar deprisa. Ambos entendieron el lenguaje del cuerpo, la comunicación de los deseos que no se expresa con palabras. Arribaron al lugar y sin perder tiempo se desvistieron, se exploraron, y lo hicieron por primera vez con las ansias y el arrebato de los enamorados en primavera.
            Al despertar, Julieta se encontró sola en la habitación. Con un leve malestar por la resaca de haber tomado el día anterior, analizó el cuarto buscando a Santiago sin encontrarlo. Inspeccionó el lugar y notó un sobre blanco descansando encima de La metamorfosis de Franz Kafka. Abrió el sobre y leyó las siguientes palabras: «Así como Gregorio Samsa despertó convertido en un gigantesco insecto, yo despierto transformado en algo que ayer no era. Me transmuto en un ser incompleto, y tú eres mi otra mitad. Te espero en el comedor cuando despiertes».
            Tras leer tan inquietantes palabras Julieta se apresuró y bajó corriendo las escaleras para encontrarse con Santiago sentado con el desayuno en la mesa. Ella se acercó a velocidad y tomó asiento frente a los huevos revueltos, el pan tostado y el jugo de naranja natural.
            –Cómo despertaste –preguntó Santiago.
            –Con un poco de dolor de cabeza, pero bien, mi amor –respondió Julieta.
            Desayunaron en silencio. Se miraron  inquietantemente el uno al otro. No se dijeron nada por algunos minutos y cuando Julieta menos se lo esperaba, Santiago se limpió con una servilleta y se levantó de su silla para acercarse y soltarle un beso fugaz. Antes de que pudiese reaccionar ante la celeridad de tal acción, él se hincó apurado y abrió una pequeña cajita con un anillo dentro.
– Julieta, ¿Te gustaría compartir el resto de tu vida a mi lado?
Ella quedó estupefacta ante la prontitud de los acontecimientos. No tuvo otra opción más que afirmar con la cabeza.
–Sí –dijo ella después de unos instantes –.Me encantaría.

Alan Santos.

domingo, 27 de enero de 2013

Roble y sombra

Veo una cascada morena
sólo en el brillo.
Sé unos ojos que se dibujan
como diamantes en un colmillo.
Siento la antigua compañía
que le hace la sombra
a un viejo roble.
Soy la piedra que ahora
es polvo.
El manojo de romeros que se quedan.

Y de nuevo veo un nunca
impedido por la naturaleza.
Una cicatriz en la tierra,
una llama en la arena.
Pelo que ya no está 
en mis ojos en la mañana.
Una mirada profunda
como la de un animal
confundido.

Déjame ser contigo
lo que son el roble
y la sombra.
Armonía para los viajeros
Que descansan por ahí.
Para hacer un camino
más ameno para aquel
que en nuestra sombra reposa.

Seamos el árbol y la sombra.
Las hojas secas en el suelo
que permiten la vida.

Seamos un roble y sombra,
o seamos lo que quieras.


Por Sebastián González de León y León.

viernes, 25 de enero de 2013

Difícil


Yo sé lo difícil que es,
voltear hacia un lado
y ver los ojos de esa persona.
Sin embargo,
yo lo hice
y te encontré.
No buscaba nada
y ahí estabas
con tu risa boba
y tus ojos cafés.
Mencionabas cosas,
no entendía mucho
pero me hacías reír.
Te metiste en mí,
en mi mente.
¿Acaso es muy difícil
que tú,
ojos bonitos,
voltees a un lado
y sientas
lo que yo sentí?

Anónimo.

miércoles, 23 de enero de 2013

La bruma en los labios partidos.

En el ayer vivía, recorría siempre su cabeza
esa imagen nítida del perfumado atardecer,
que los labios agrietados hoy ya no sentían.

Pensaba en esa bruma;
Las manos exaltadas y el correr,
los versos, las risas, ese recuerdo.
Miles de nociones recorrían su cuerpo,
guardaban ese secreto tan ambicioso de ser.

El viento fue el único testigo,
la tierra no quiso saber más,
el recuerdo escapó cansado de tanto regresar,
todo se tornó amorfo en aquella melancolía.

Deseaba seguir fuera de ese recuerdo,
quizá hubiese podido, pero la vida misma
no encontró una razón para dejarla.



Carlos Osorio.

martes, 22 de enero de 2013

Sin existir.

El furor de las mañanas reflejan la extrañeza de los días,
que vienen a mecerse como el oleaje del mar,
y pasan inciertos sin destino, sin final.


La bruma que hay me hace pensar en todo,
aparecen de pronto los recuerdos,
en ese momento todo lo cuestiono.


Mi mente se ha ido de ahí, ya no estoy,
pareciera que me estoy viendo como si fuese un espectador
del propio mundo que girando me rodea,
puedo verme libre de todo atavismo, libre de mi.
Desearía permanecer así, sin existir.


Por Arai G.

lunes, 21 de enero de 2013

Amor en cuatro tiempos (Segunda parte).


Fuck the presents might as well throw em out.
 
–Lucero, don Santiago, cómo están. Qué grata sorpresa –dijo Julieta al abrir la puerta de su casa.
–Es tu cumpleaños, querida, jamás podríamos faltar –respondió doña Lucero al abrazar calurosamente a su nuera.
–Gracias. La verdad no saben  lo agradecida que estoy al verlos aquí en nuestra casa.
–Muchas felicidades –mencionó don Santiago con afabilidad.
            Familiares, amigos y conocidos se reunieron en la calle de Efebos número cuarenta y dos para festejar el cumpleaños de Julieta, la embarazada esposa del notable Santiago. Las felicitaciones llegaron a su puerta por montones. Abrazos por aquí de las tías lejanas de la familia, obsequios por allá de los amigos que poco se dejan ver, y la grata felicidad de una pareja, de  compartir nuevamente un cumpleaños. Los regalos se amontonaron en una esquina mientras Julieta agradeció, sonrió y abrazó a cuanta persona se presentaba por la puerta principal para congratularla con afecto.
            Los padres de Santiago disfrutaban de platicar con las demás personas del lugar, sobre sus experiencias personales, sus logros y las historias más curiosas de la cotidianeidad.
            –Sí, mi esposo una vez luchó contra un cocodrilo cuando viajamos al Amazonas –dijo doña Lucero–  por poco y pierde el brazo entero.
            –No exageres tanto querida –corrigió don Santiago– sólo hubiese sido la mano.
Mientras doña Lucero contaba las historias inverosímiles de sus viajes a Sudamérica, Santiago rondaba por las orillas de la cocina sazonado los bocadillos varios que ofreció en la fiesta. Iba y venía en un constante periplo entre la sala y el patio; y la inalcanzable cocina. Algunos se detenían a felicitarlo por su próxima paternidad, otros se burlaban pensado que era el mesero. Sin embargo el disfrutaba del ambiente tan alegre que custodiaba su hogar y en especial que merodeaba a su adorada esposa. 
Julieta se desternillaba en pláticas enredadas con sus amigas de la adolescencia, en las cuales recordaban aquellas vivencias acompañadas de los novios inmaduros y las fiestas inmemorables. Recibió consejos de maternidad y hasta la terrible experiencia de una de ellas y su hijo autista que pintaba caballos en los baños de la casa.
Al pasar un par de horas, Santiago se ubicó en una silla solitaria de la cocina y se sirvió algo para tomar. Jugó en la mente con los puntos del techo y sin percatarse, su padre lo sorprendió por la espalda como lo hacía en los días de su niñez.
–¡Santi apaga las luces nos atacan los ogros! –gritoneó don Santiago.
Santiago dio un pequeño brinco en su asiento y volteó con una sonrisa a abrazar a su padre.
–Nunca cambias papá –respondió– siempre tan alegre.
–Pues este día es para festejar Santi –contestó su padre– es el cumpleaños de la bella señorita que tienes por esposa.
–Gracias padre –exclamó Santiago al dejar en la mesa un plato de bocadillos–. No sabes lo feliz que soy al estar con ella.
–¿Cuánto tiempo llevan de casados? –preguntó don Santiago.
–Dos años y medio papá –dijo Santiago.
–Cuídala mucho hijo –enunció el hombre de pronunciadas entradas–. Mujeres como esas sólo se encuentran una vez en la vida.
–Claro papá –aseguró Santiago.
            En la sala y el jardín la reunión se tornaba animosa. Algunos amigos de Julieta se acercaban para preguntar si podían tocar su pansa y sentir al bebé en su vientre. Ella encantada se los permitía. Tras algunos vasos de limonada y bocadillos de queso y fruta, Julieta tuvo la necesidad de usar el baño. Se desplazó a paso ligero pero veloz por el mar de gente de la sala, y llegó con disimulo. Al ver que la  mujer embarazada necesitaba usar el baño, los integrantes de la fila se hicieron a un lado y la dejaron pasar sin alegar. Al salir del cuarto de aseo la sorprendió por la espalda la fría mano de uno de sus amigos de infancia, al cual no había visto en años.
            –Julieta, ¿Te acuerdas de mí? –dijo el amigo misterioso.
            –Sí, claro, cómo podría olvidarme de ti si estuvimos tres años en la secundaria –respondió Julieta con gran entusiasmo.
            –Qué bueno –contestó el sujeto–. Por un momento pensé que se te había pasado. Me da gusto verte después de tantos años y además embarazada. Qué rápido pasa el tiempo.
–Sí –sostuvo la animada esposa–, los giros que te da la vida. En un momento juegas con los niños en fantásticas aventuras en el jardín, y al otro te conviertes en una mujer decidida, trabajadora y con un hijo en camino.
            –Me da mucho gusto por ti Julieta –aseveró el sujeto–. Espero que a pesar de todo aún podamos seguir viéndonos.
            –Por supuesto querido –dijo Julieta–. Me fascinaría que retomáramos contacto.
            –Pues entonces te dejo mi número –respondió el hombre–. Tienes dónde apuntar…
            –Julieta, cariño, ven a ver el regalo que te compró Santiago –gritó don Santiago al acercarse a Julieta e interrumpir su conversación.
            Todos se amontonaron en la entrada principal esperando la llegada de Julieta. Entre cánticos de las mañanitas y el entusiasmo de varias personas se vislumbró un automóvil plateado último modelo. La nueva dueña del vehículo, emocionada saltó por los aires y se acercó a su esposo.
            –Feliz cumpleaños mi vida –recitó Santiago.
            –Gracias mi amor, es el mejor regalo que me han dado –exclamó Julieta al tomar las llaves del carro y encenderlo con apuro–. Eres el mejor esposo del mundo.

Alan Santos.

domingo, 20 de enero de 2013

No hay

No hay regreso para ti
No hay regreso para nada
Y no hay nada en tí.

Me despedí con esperanza
De ver regresar
Las hojas como tapete
del pasto.
Pero no hay hojas
Sólo tierra

Y ya no hay árboles que crezcan
Sólo troncos que mueren
Como los pobres de invierno
Sin piel y sin sueño

No regresaste tu
Regresaron los gusanos
Que comieron de mis ojos

No regresé yo
Sólo las palabras desairadas.
Sólo mis ojos ignorados.

Por Guy.

sábado, 19 de enero de 2013

Carta a Diego Rivera desde el hospital

fridaencoyoacan:


Carta a Diego Rivera desde el hospital

Sr. mío Don Diego:
 
Escribo esto desde el cuarto de un hospital y en la antesala del quirófano. Intentan apresurame pero yo estoy resuelta a terminar ésta carta, no quiero dejar nada a medias y menos ahora que sé lo que planean, quieren herirme el orgullo cortándome una pata… Cuando me dijeron que habrían de amputarme la pierna no me afectó como todos creían, NO, yo ya era una mujer incompleta cuando le perdí, otra vez, por enésima vez quizás y aún así sobreviví.
No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y sufrí mucho, la vez, todas las veces que me pusiste el cuerno…nó sólo con mi hermana sino con otras tantas mujeres…¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mi, primero por mi porque nunca he podido entender ¿qué buscabas, qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas que yo no te di? Por que no nos hagamos pendejos Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos, ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo hijo de la chingada…
Bueno el motivo de esta carta no es para reprocharte más de lo que ya nos hemos reprochado en esta y quién sabe cuántas pinches vidas más, es sólo que van a cortarme una pierna (al fin se salió con la suya la condenada)… Te dije que yo ya me hacía incompleta de tiempo atrás, pero ¿qué puta necesidad de que la gente lo supiera? Y ahora ya ves, mi fragmentación estará a la vista de todos, de ti… Por eso antes que te vayan con el chisme te lo digo yo “personalmente”, disculpa que no me pare en tu casa para decírtelo de frente pero en éstas instancias y condiciones ya no me han dejado salir de la habitación ni para ir al baño. No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada, te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te “amputo” te mi, sé feliz y no me busques jamás. No quiero volver a saber de ti ni que tú sepas de mí, si de algo quiero tener el gusto antes de morir es de no volver a ver tu horrible y bastarda cara de malnacido rondar por mi jardín. 
Es todo, ya puedo ir tranquila a que me mochen en paz.
 
Se despide quien le ama con vehemente locura,
 
Su Frida.


Sr. mío Don Diego:
 
Escribo esto desde el cuarto de un hospital y en la antesala del quirófano. Intentan apresurame pero yo estoy resuelta a terminar ésta carta, no quiero dejar nada a medias y menos ahora que sé lo que planean, quieren herirme el orgullo cortándome una pata… Cuando me dijeron que habrían de amputarme la pierna no me afectó como todos creían, NO, yo ya era una mujer incompleta cuando le perdí, otra vez, por enésima vez quizás y aún así sobreviví.

No me aterra el dolor y lo sabes, es casi una condición inmanente a mi ser, aunque sí te confieso que sufrí, y sufrí mucho, la vez, todas las veces que me pusiste el cuerno…nó sólo con mi hermana sino con otras tantas mujeres…¿Cómo cayeron en tus enredos? Tú piensas que me encabroné por lo de Cristina pero hoy he de confesarte que no fue por ella, fue por ti y por mi, primero por mi porque nunca he podido entender ¿qué buscabas, qué buscas, qué te dan y qué te dieron ellas que yo no te di? Por que no nos hagamos pendejos Diego, yo todo lo humanamente posible te lo di y lo sabemos, ahora bien, cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo hijo de la chingada…

Bueno el motivo de esta carta no es para reprocharte más de lo que ya nos hemos reprochado en eésta y quién sabe cuántas pinches vidas más, es sólo que van a cortarme una pierna (al fin se salió con la suya la condenada)… Te dije que yo ya me hacía incompleta de tiempo atrás, pero ¿qué puta necesidad de que la gente lo supiera? Y ahora ya ves, mi fragmentación estará a la vista de todos, de ti… Por eso antes que te vayan con el chisme te lo digo yo “personalmente”, disculpa que no me pare en tu casa para decírtelo de frente pero en éstas instancias y condiciones ya no me han dejado salir de la habitación ni para ir al baño. No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada, te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te “amputo” te mi, sé feliz y no me busques jamás. No quiero volver a saber de ti ni que tú sepas de mí, si de algo quiero tener el gusto antes de morir es de no volver a ver tu horrible y bastarda cara de malnacido rondar por mi jardín.
Es todo, ya puedo ir tranquila a que me mochen en paz.
 
Se despide quien le ama con vehemente locura,
 
Su Frida.

viernes, 18 de enero de 2013

(I)Intuición

Desaparecemos en un momento
En aquel que cerramos los ojos
Tus manos dejan de tocar
y la luz que entra por tu ventana desaparece

A veces faltas
A veces sería mejor que no estés
Pues la mirada que te tengo
es de puro deseo y placer

No hacen falta caminatas en un parque
Para saberlo
Ni agarrar mi mano cuando estoy cansado

Falta sólo una mirada
Que siga la intuición.

Por Sebastián González de León y León.

miércoles, 16 de enero de 2013

La desconocida.

Sospechoso miro el todo amalgamado
y confusiones reinan mi cabeza,
las locuras de tu mente no me dejan,
es que revientas como las estrellas.
El cielo llora cada que pasa,
cada respiro a tu locura
llena de amor y odio 
la calma que a veces, sólo aveces respiramos.

Desconocida eres y serás para mi,
sin ti vivo, contigo tengo delirios
que son hermosos como esa demencia vívida.
Maravillosas horas de locura tengo 
a lado tuyo, reencarno vivo,
después de tal vez haber muerto.

Hay un línea de joyas entre tu y yo,
línea imperfecta que todos desean,
sonrisas y cosas vanas pasan por ahí,
pero cuando me detengo en esa línea,
puedo encontrarte, tan nítida; 
como si dientes la hubiesen marcado 
en la perfección de tu cuerpo.

Siempre caeré en asombro al verte,
aún siendo en mis sueños pesados,
pero de algo quiero resignarme...
Es que no existes, pero deseo con fuerzas
alguna vez verte para pasearnos de la mano.

Carlos Osorio.


martes, 15 de enero de 2013

Recórreme la piel.

Recórreme la piel, como si estuviera escrita en braille,
con la yema rosada de tus dedos.
Recórreme la piel, como si fueran dulces palabras
que quieres pronunciar con tus labios.


Date un paseo por éste mi camino,
que fue hecho como laberinto
para que te quedes aquí.
Quietecito.


Tienes que observar cada detalle,
cada movimiento, seguido de una ojeada
porque no sólo mi boca te habla;
y mis ojos, guardan más que miradas.


Recórreme, como si fuera el último camino
que vas a cruzar.



Por Arai G.


lunes, 14 de enero de 2013

Amor en cuatro tiempos (Primera parte).


Lo sabes bien, todo lo que nos desune es en el fondo lo que nos deja vivir tan bien juntos. Si empezáramos a callarnos lo que sentimos, los dos perderíamos la libertad.
 

Julio Cortázar, 62 Modelo para armar.

 
Fuck what I said it don´t mean shit now.

–Me fascina el café en toda le extensión de la palabra. Su sabor tan amargo y acerbo deleita mi paladar tan exigente y en ocasiones quisquilloso a la hora de saborear alimentos. O dime sinceramente qué piensas, Santiago. Nunca he sabido cuál es tu sabor o tipo de café favorito. No crees que por ser tu esposa debería saberlo. ¿A caso quieres que adivine? Quizás por tu personalidad tan seria y cordial tu tipo de café sea el americano, aunque también tiendes a ser iracundo y colérico cuando te lo propones, así que puedo suponer que tu café favorito es  el francés. Vamos no seas tan serio querido. Dame una pista por diminuta que sea y te apuesto a que lo descubro.
            –No venimos a hablar de café, Julieta –contestó una voz ronca y cortante.
            Las palabras se distorsionaban en la complejidad del café Libertad con el sonido despampanante de la gramola desgastada que descansaba sobre una pared con un ventanal gigante, y una preciosa vista a un jardín de girasoles.

Me dices que te marchas y mi mundo se derrumba,
Me dices que ya no me quieres que te vas de mí,
Yo que todo me lo creo cuando tú me hablas,
Me siento triste porque pienso que no eres feliz…

            –Tampoco tienes que ser así de cortante conmigo, Santiago. Las mujeres somos muy sensibles a estímulos de esa índole. Así que por favor ya dime para qué me citaste en este café. Recuerdas que aquí fue cuando nos besamos por primera vez hace tantos años y memorias. Tú te veías tan guapo y robusto. Yo tan perfecta e ingenua. Me sacaste a bailar y el olor de tu cuerpo junto al mío resultaba tan dulce y deleitoso que casi muero en ese instante. Y luego revivir, renacer, en el momento justo en el que tus labios se precipitaron contra los míos transformándose en un torbellino de sensaciones que jamás olvidaré.
            –Sí. Lo recuerdo muy bien –respondió Santiago.
            Yo sé que tú me amas y que no quieres perderme. El mesero se acercó lentamente a la mesa de Julieta y Santiago. Colocó suavemente un café americano expreso y un chocolate espumoso. Deslizó algunos sobres con azúcar y dos cucharas desapareciendo entre las mesas y sillas de madera robusta para atender las demás órdenes que lo asechaban impacientes. Qué tienes tanto miedo cuando me alejo de ti. Santiago levantó una cuchara y comenzó a revolver su chocolate. Lo alzó a la altura de su pecho y agachó un poco la cabeza para probarlo y descubrir lo abrasador del líquido burbujeante. Julieta lo veía atenta, esperando su próximo movimiento. Preocupada y sin entender la razón por la que se encontraban en ese lugar con un ambiente tan tenso, tan rígido, acompañado de canciones melancólicas de José José resonando en sus oídos. Ya no sé que hacer mi vida para convencerte. Santiago levantó la mirada y la observó directamente a los ojos. Ella se sintió indefensa, desamparada, despojada de su privacidad. Percibió la mirada de su esposo, como si pudiera verla tal cual es para espetar su cuerpo. Como si pudiera atravesar la diafanidad de sus pupilas y desnudarla hasta adentrarse en la profundidad de su existencia develando sus secretos más insondables.
            –Santiago por favor. Te lo ruego dime qué esta pasando. Si quieres hablar, habla pero no me veas de esa forma que me perturbas y alborotas.
            Que yo te quiero más que a nadie, siempre te querré .Julieta esperaba ansiosa una respuesta de su marido. Deseaba escucharlo y sacar de su organismo la preocupación que la estaba consternado desde el instante en el que entró al café y lo vio tan seco, tan distante, sentado leyendo el periódico. Desde que ella se sentó y él bajo el diario colocándolo en la mesa  y levantándose rumbo a la gramola para colocar una moneda y escoger una canción.
      –…
–Dímelo Santiago.
–…
–Sabes que me pone de nervios cuando no me hablas y yo quiero escuchar tu voz diciéndome: «no te preocupes amor no es nada. Sólo estamos aquí para convivir un rato agradable tú y yo». Pero sé que esa no es la razón así que si tienes algo que decir, dilo.
No me digas que te vas. No me digas que te vas.
–Sé que me has engañado Julieta –dijo Santiago incisivo.
La cara de Julieta se tornó pálida, descolorida. Un mar de pensamientos entrecortados deambuló por su cabeza. Y como reacción instintiva titubeó algunos segundos y comenzó a retozar con su cabello negro dándole vueltas sobre sí mismo.
De qué sirven tus palabras son mentiras nada más.
–Quién te dijo esas mentiras, querido. Sabes que yo sólo tengo ojos para ti. Cinco años de casados no son en vano Santiago, por favor no te pongas a dudar de mí porqué me lastimas.
–…
–Santiago escúchame te lo ruego. Vamos a aclarar las cosas y así podremos regresar a la casa y tomar un baño caliente. Al fin y al cabo la niña se encuentra con su abuela todo el fin de semana. Si quieres hasta te puedo dar un masaje de los que tanto te gustan.
No me digas que te vas. No me hables por hablar. Santiago agachó la cabeza y miró el vapor oscilante de su chocolate. Blandió su mano izquierda. Tomó con la derecha su dedo anular y jaló el anillo de matrimonio con una cierta brusquedad para colocarlo frente a Julieta. Ella se quedó atónita ante tal acción y de repente las lágrimas brotaron como cascada por su rostro.
–Qué estás haciendo Santiago. Cómo me puedes hacer esto a mí. A la niña. Piensa en tu hija por el amor de Dios.
–…
–Carajo Santiago no me trates así. Sabes que yo te amo más que nada en este mundo.
–Mientes –resopló Santiago con frialdad.
No me digas que te vas. No me digas que te vas.
–Santiago entiende que te amo y sé que tú me amas. Resolvamos esto amor mío, gordo de mi alma. Esto es solo un malentendido. Vamos, no puedes arruinar toda nuestra historia, nuestra vida por un simple rumor.
Te conozco y yo sé bien que nunca tú me dejarás.
–…
–Te amo Santiago –dijo Julieta limpiándose las mejillas rosadas con una servilleta–. Por favor entra en razón. Realmente me crees capaz de hacerte eso a ti, al hombre que amo con todo mi ser.
–…
–Recuerda las palabras que siempre me dices. Que me amas, que no puedes vivir sin mi, que yo soy tu razón de existir. Dímelas ahora Santiago. Sabes que ni tú ni yo podemos vivir separados. Somos uno solo que no puede hallarse en este mundo sin el otro.
Santiago se erigió y miró fijamente a Julieta. Sacó su cartera y dejó caer un billete verdoso que rebotó en la mesa. La contempló tan débil, tan propensa a la fragilidad como una muñeca de porcelana. Le dio el último sorbo a su chocolate y musitó algunas palabras en silencio. Las reflexionó y con una mirada hundida en el rostro de Julieta se las manifestó con certeza y autoridad:
–A la mierda lo que te dije, no significa nada ya.
 
Alan Santos.

domingo, 13 de enero de 2013

Entre tanto


Guardamos el silencio en la palabra
y la sombra en lo que se ilumina
sabemos besos que no encontramos
y volteamos frente los ojos que nos espinan.

Un ojo cortado y otro abierto,
un corazón palpitando
al fondo de una cascada
al que sólo se llega
con caída y desaliento.

Mi mano busca tus dedos
como un zorzal
y se deja espinar
pues primero está tu palabra.

Y te pido que no me dejes
acercarme sin antes
conocer el calmar
y no caer a la cascada
como toda aquella gente.

Pues somos silencio entre palabras
y sombra en luz que no ilumina,
no sabemos los besos que no encontramos
y tus ojos aún no espinan.


Por Guy Buscapé.

sábado, 12 de enero de 2013

"Capricho 2" de Alfonsina Storni

Capricho 2

Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,
sujeta entre tus manos esta cabeza loca;
dame a beber veneno, el malvado veneno
que moja los labios a pesar de ser bueno.

Pero no me preguntes, no me preguntes nada
de por qué lloré tanto en la noche pasada;
las mujeres lloramos sin saber, porque sí.
Es esto de los llantos pasaje baladí.

Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,
un mar un poco torpe, ligeramente oculto,
que se asoma a los ojos con bastante frecuencia
y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia.

No preguntes amado, lo debes sospechar:
en la noche pasada no estaba quieto el mar.
Nada más. Tempestades que las trae y las lleva
un viento que nos marca cada vez costa nueva.

Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,
nuestro interior es todo sin equilibrio y huero.
Luz de cristalería, fruto de carnaval
decorado en escamas de serpientes del mal.

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
deseamos y gustamos la miel en cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.

Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer,
capricho, amado mío, capricho debe ser.
Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa?
Espínate las manos y córtame una rosa.


Alfonsina Storni
 

viernes, 11 de enero de 2013

Se parecen

Uno igual,
el otro no tanto.
Uno grande y barbón
el otro sólo grande
pero con una gran barbilla.

Los dos con grandes ojos
y casi transparentes

Somos tres
no casi iguales
pero si muy hermanos.
Somos tres
sin mosquete
con gran barbilla
y uno sólo grande.

jueves, 10 de enero de 2013

De los meses y las horas


Muriendo 
de moretones
de maratones de mordidas.

Moribundo
de murmurios 
de los muros que me oyen.

De madrugar a medias noches con morenas,
de merendar con madres mandonas
mermelada y mandarinas.

Y de morir más 
en la medida en que más te voy amando.
Y de permanecer muda,
callada de las muelas y las manos.

De mi mugre muero
y de mi mala gana,
de mi mal aliento
y mis pómulos marcados.

De sentirte en la mandíbula,
en la médula y en las mamas.

Y de no poder mirarte 
y mantenerme aislada.

De no merecer tu miembro,
y que merezcas con mi sexo el mundo entero.

Y mientras te lamo a solas,
me olvido de la muerte en que mi mente mora.

Y como a un molde, 
te acaricio el cuerpo morbosa,
y en los minutos míos, me vengo
y termino por fin muriendo.

miércoles, 9 de enero de 2013

Quietas lecciones.


Corrientes de aire susurran
en la tosca conciencia de las decisiones,
lo sucedido queda ahí, muerto, inerte,
en cambio te retuerces del arrepentimiento
con lógica de lo que pudo haber sido,
sin respetar la inmovilidad y paz
que el sereno determinismo que tu alma clama.

No apagues la luz de tus elecciones, no soslayes,
confía en la risa autónoma de la memoria, de los tuyos
que alguna vez alteraron el orden inerte,
no decidas sin la gana de escribirlo en una lápida.

Por Carlos Osorio.

martes, 8 de enero de 2013

Sin título.


Puedo nombrar una en una,
todas esas cosas que me enloquecen de ti.


Como esa mueca que haces cuando te sabes en lo correcto,
o ese caminar tan particular,
así justo como si el suelo no mereciera tus pasos,
pero más me enloquece cuando esos pasos se dirigen hacia mí.


Tus brazos escuálidos que saben el momento indicado para envolverme,
Acompañados de esas manos grandes con dedos largos y delgados,
que van dibujando cada uno de mis rasgos,
Y que delicadamente se pasean por mis largos cabellos castaños.


Me derrumbas con cada respiración que exhalas cerca de mi cuello,
pero ¡Oh vaya! Si de cuellos hablamos
el tuyo es un monumento de marcadas venas
y con una prominente montaña, ahí merito en el centro.


Sigo subiendo por ti y llego a esas orejitas, amor mío,
tan suaves y no dejo de besarlas,
voy escalándolas como si escalara el Himalaya.


Pero tu clímax, es tu carita de querubín,
bañada en inocencia y ternura…
¡Qué te lo crean otras! ¡Cínico!
Si estás todito lleno de una malicia quebrantadora
que me hace temblar las rodillas y caer en tus encantos.

¡Oh! Me haces dar los peores giros y desconocerme.
Me vuelves… Nos volvemos inciertos.


Por Arai G.

lunes, 7 de enero de 2013

Bianca y el portafolio misterioso.


Bianca es tan hermosa a la luz de la noche. Su deslumbrante y resplandeciente figura resalta en el suburbano horizonte. El contorno de su figura es de un color blanco como la leche espumosa, y sus ojos almendrados color turquesa son inimitables en el mundo terrenal.

Siempre carga ese misterioso e insólito portafolio negro, tan viejo como la vida misma, tan maltratado como el mundo que nos rodea. Así es aquel maletín extraño de bordes plateados y estropeados que suele formar parte de ella como una extensión de su cuerpo. Su esbelto trasero, sus magníficos senos, su delgada cintura y sus inmejorables labios carmesí, crean junto al portafolio un ser que no puede ser separado; que funciona como un todo, como un reloj suizo en sincronía perfecta. Al caminar y al mostrar su excelente porte de suntuosa dama convierte su organismo en la maquinaria impecable de seducción.

La noche se adueña de Villa Cruz y los gatos pardos y callejeros salen de sus escondites para maullar sus canciones sonámbulas a la luna. No hay ni una sola señal de vida humana en la calle. El silencio de la noche es abrumador y extenuante. Únicamente es posible apreciar los ligeros susurros del viento nocturno y a los diminutos grillos, eternos barítonos de la penumbra. Ellos son los afortunados seres irracionales que contemplan a Bianca en toda su magnificencia, en el cenit de su esplendor.

Pero… ¿Qué hace tan bella chica a tan altas horas de la noche? Ella observa el cielo. Contempla las pocas estrellas en el cielo desierto. Las aprecia con la mirada y juega con ellas transformándolas en su mente, retozando con las figuras y formas. Aquel corazón apenas palpita, con dificultad se contrae una y otra vez. Su color es pálido y desabrido: es blanca como la harina. Si no fuera por su débil respiración que apenas se aprecia asimilándose a pequeños susurros de mosquito que sólo los caninos de gran oído pueden captar, la confundirían con un cadáver. Con un hermoso cadáver.  
 
Su cándida mirada se pierde en el cielo, en el manto negro de la noche que la rodea. Es el eterno observador de lo que sucede en la tierra. De lo que hacen las criaturas y los hombres. Al final ella reacciona, se mueve, despierta como de un largo sueño sin sentido y decide utilizar sus extremidades para moverse a un compás de musa por la calle que la llama. Que le dice: «Bianca ven. Continúa tu interminable periplo. No te detengas más, no aguardes nada. Sólo sigue el camino que tienes predestinado. Espera. Detente. No olvides el portafolio. No olvides tu alma. Recuerda que aun tienes cosas que hacer. Tu limbo espera, te habla, no pretendas ignorarlo porque de él no puedes huir. No puedes escapar como un mortal no puede engañar a la muerte».
 
Alan Santos.