Fuck
the presents might as well throw em out.
–Lucero,
don Santiago, cómo están. Qué grata sorpresa –dijo Julieta al abrir la puerta
de su casa.
–Es
tu cumpleaños, querida, jamás podríamos faltar –respondió doña Lucero al
abrazar calurosamente a su nuera.
–Gracias.
La verdad no saben lo agradecida que
estoy al verlos aquí en nuestra casa.
–Muchas
felicidades –mencionó don Santiago con afabilidad.
Familiares, amigos y conocidos se
reunieron en la calle de Efebos número cuarenta y dos para festejar el
cumpleaños de Julieta, la embarazada esposa del notable Santiago. Las
felicitaciones llegaron a su puerta por montones. Abrazos por aquí de las tías
lejanas de la
familia, obsequios por allá de los amigos que poco se dejan ver, y la grata
felicidad de una pareja, de compartir
nuevamente un cumpleaños. Los regalos se amontonaron en una esquina mientras Julieta
agradeció, sonrió y abrazó a cuanta persona se presentaba por la puerta
principal para congratularla con afecto.
Los padres de Santiago disfrutaban
de platicar con las demás personas del lugar, sobre sus experiencias
personales, sus logros y las historias más curiosas de la cotidianeidad.
–Sí, mi esposo una vez luchó contra
un cocodrilo cuando viajamos al Amazonas –dijo doña Lucero– por poco y pierde el brazo entero.
–No exageres tanto querida –corrigió
don Santiago– sólo hubiese sido la mano.
Mientras
doña Lucero contaba las historias inverosímiles de sus viajes a Sudamérica,
Santiago rondaba por las orillas de la cocina sazonado los bocadillos varios
que ofreció en la fiesta. Iba y venía en un constante periplo entre la sala y
el patio; y la inalcanzable cocina. Algunos se detenían a felicitarlo por su
próxima paternidad, otros se burlaban pensado que era el mesero. Sin embargo el
disfrutaba del ambiente tan alegre que custodiaba su hogar y en especial que
merodeaba a su adorada esposa.
Julieta
se desternillaba en pláticas enredadas con sus amigas de la adolescencia, en
las cuales recordaban aquellas vivencias acompañadas de los novios inmaduros y
las fiestas inmemorables. Recibió consejos de maternidad y hasta la terrible
experiencia de una de ellas y su hijo autista que pintaba caballos en los baños
de la casa.
Al
pasar un par de horas, Santiago se ubicó en una silla solitaria de la cocina y
se sirvió algo para tomar. Jugó en la mente con los puntos del techo y sin
percatarse, su padre lo sorprendió por la espalda como lo hacía en los días de
su niñez.
–¡Santi
apaga las luces nos atacan los ogros! –gritoneó don Santiago.
Santiago
dio un pequeño brinco en su asiento y volteó con una sonrisa a abrazar a su
padre.
–Nunca
cambias papá –respondió– siempre tan alegre.
–Pues
este día es para festejar Santi –contestó su padre– es el cumpleaños de la
bella señorita que tienes por esposa.
–Gracias
padre –exclamó Santiago al dejar en la mesa un plato de bocadillos–. No sabes
lo feliz que soy al estar con ella.
–¿Cuánto
tiempo llevan de casados? –preguntó don Santiago.
–Dos
años y medio papá –dijo Santiago.
–Cuídala
mucho hijo –enunció el hombre de pronunciadas entradas–. Mujeres como esas sólo
se encuentran una vez en la vida.
–Claro
papá –aseguró Santiago.
En la sala y el jardín la reunión se
tornaba animosa. Algunos amigos de Julieta se acercaban para preguntar si
podían tocar su pansa y sentir al bebé en su vientre. Ella encantada se los
permitía. Tras algunos vasos de limonada y bocadillos de queso y fruta, Julieta
tuvo la necesidad de usar el baño. Se desplazó a paso ligero pero veloz por el
mar de gente de la sala, y llegó con disimulo. Al ver que la mujer embarazada necesitaba usar el baño, los
integrantes de la fila se hicieron a un lado y la dejaron pasar sin alegar. Al
salir del cuarto de aseo la sorprendió por la espalda la fría mano de uno de
sus amigos de infancia, al cual no había visto en años.
–Julieta, ¿Te acuerdas de mí? –dijo
el amigo misterioso.
–Sí, claro, cómo podría olvidarme de
ti si estuvimos tres años en la secundaria –respondió Julieta con gran
entusiasmo.
–Qué bueno –contestó el sujeto–. Por
un momento pensé que se te había pasado. Me da gusto verte después de tantos
años y además embarazada. Qué rápido pasa el tiempo.
–Sí
–sostuvo la animada esposa–, los giros que te da la vida. En un momento juegas
con los niños en fantásticas aventuras en el jardín, y al otro te conviertes en
una mujer decidida, trabajadora y con un hijo en camino.
–Me da mucho gusto por ti Julieta
–aseveró el sujeto–. Espero que a pesar de todo aún podamos seguir viéndonos.
–Por supuesto querido –dijo
Julieta–. Me fascinaría que retomáramos contacto.
–Pues entonces te dejo mi número –respondió
el hombre–. Tienes dónde apuntar…
–Julieta, cariño, ven a ver el
regalo que te compró Santiago –gritó don Santiago al acercarse a Julieta e
interrumpir su conversación.
Todos se amontonaron en la entrada
principal esperando la llegada de Julieta. Entre cánticos de las mañanitas y el
entusiasmo de varias personas se vislumbró un automóvil plateado último modelo.
La nueva dueña del vehículo, emocionada saltó por los aires y se acercó a su
esposo.
–Feliz cumpleaños mi vida –recitó
Santiago.
–Gracias mi amor, es el mejor regalo
que me han dado –exclamó Julieta al tomar las llaves del carro y encenderlo con
apuro–. Eres el mejor
esposo del mundo.
Alan Santos.