A
los perros les fascina la música. Tanto es así que uno de ellos decidió aprender
a tocar el piano. El perro viajó por los siete mares y los cinco continentes
buscando a los mejores maestros en dicho instrumento, hasta que después de años
y años de práctica consiguió convertirse en el mejor intérprete de piano del
mundo canino. Entre sus habilidades destacaba la capacidad de tocar Tristesse con una sola pata y la grand polonaise brillante acompañada de
la filarmónica de ratones de la ciudad de Varsovia.
El
perro timorato, maestro en las obras de Chopin y Beethoven, gustaba de componer
canciones en su mayoría dedicadas a la magnifica sensación de morder los neumáticos
de los automóviles o de hurgar en los desperdicios de los humanos, aunque de
vez en cuando componía sinfonías para los gatos burlones que jugaban con
estambre.
Después
de un tiempo y de un sinfín de alaridos y ladridos de los perros del mundo ovacionando
su música, el perro se hartó y se retiró a su casa en Abenberg. Entre tantas
reflexiones caninas descubrió que no le apasionaba tocar el piano, demostrando
su vehemente nostalgia por perseguir la pelota o morder a los intrusos que
merodearan la casa. Se lamió una patita, se rascó la barriga y fue a lamentar
tantos años desperdiciados embriagándose como de costumbre, con el agua inodora
del retrete.
Por Alan Santos.
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