EL RUIDO DE LAS COSAS AL CAER
es más que un relato anecdótico de las memorias de un hombre frustrado. Va más
allá de la búsqueda obsesiva del personaje principal Antonio Yammara, que no
sólo es un individuo solitario que vive continuamente la realidad colombiana,
sino que es el arquetipo más representativo de su sociedad, de su país y de un
sentimiento que prevalece en los habitantes de aquella región sudamericana: el
miedo. Es mediante el dañino ejercicio de la memoria, del dolor al recuerdo y a
todo lo que representa el pasado, que Antonio Yammara nos cuenta su historia,
la historia de las personas que nacieron junto al narcotráfico, que vivieron en
carne propia sus acciones y consecuencias más terribles. Además de la lenta
transición de la inquina, de la rabia, de la locura criminal de esos años, de
la violencia descarnada; al miedo, un miedo que se acrecienta conforme pasan
los años, el miedo a volver al pasado, y la incertidumbre del futuro mediato e
inmediato que se avecina.
Antonio Yammara se nos presenta como
un hombre de mediana edad, cansado, atribulado, inclusive afligido, que tras
observar en una revista importante la imagen de la matanza de uno de los
hipopótamos que escaparon de la antigua Hacienda Nápoles, propiedad del difunto
narcotraficante Pablo Escobar, cierra formalmente en su vida ese capítulo negro
de la historia de Colombia. Y a su vez, inicia un proceso de reflexión en donde
el eje rector de sus recuerdos resulta ser una persona que conoció por muy poco
tiempo pero que lo marcó para siempre: Ricardo Laverde.
Aquella persona que entró en su vida
mediante los encuentros casuales de ambos en las mesas de billar de Bogotá,
esconde dentro de sí un oscuro secreto, un mundo alejado y olvidado, de viajes
turbulentos por los cielos; de un piloto que preferiría olvidar el cargamento
que poseía en su avión, y el de un ex convicto que dejó su alma en algún lugar
del firmamento. Todo ello representa la figura lóbrega de Ricardo Laverde, que
por la casualidad del destino, o la cotidianeidad de la vida, se cruza con la
de Antonio Yammara. Dos individuos que sufren los últimos resquicios de la
violencia colombiana, que son arremetidos con pistolas por motociclistas sin rostro.
Y que trágicamente mueren para siempre: uno, Ricardo Laverde, muere físicamente
dejando para siempre el plano terrenal; otro, Antonio Yammara, muere
emocionalmente para dejar de ser lo que alguna vez fue. Para convertirse en un
ser totalmente diferente, dominando por el naciente temor de salir a la calle,
el continuo pánico de salir en la noche, y
por el profundo miedo a recordar.
Antonio Yammara se transforma en un
personaje complejo, confuso, entristecido por su realidad tras la muerte de
Laverde, obcecado por conocer la razón de aquel atentado y por el pasado del
piloto que murió a su lado. Sus indagaciones y búsquedas lo llevan a una
grabación sobre un vuelo fallido, un vuelo tormentoso que terminó en tragedia y
donde viajaba un personaje trascendental para la vida de Laverde y su familia.
Un personaje que se convierte a lo largo del relato, en el pilar fundamental
para entender la novela y la profundidad de la misma.
El
ruido de las cosas al caer resulta ser un reflejo vivo de Colombia, de la
cicatriz que han dejado los años más implacables de los cárteles de la droga;
de los sonidos de los proyectiles, de las explosiones, de los atentados, y de
todos aquellos ruidos que persisten como ecos mudos de un pasado catastrófico.
Leer este libro es vislumbrar el estado de cosas en una región azotada por los
exabruptos del tráfico de estupefacientes. Leer El ruido de las al caer es entrever una situación triste y
esperanzadora, una situación que nos presenta un país que ha conseguido hacerle
frente, con inverosímil esfuerzo, al crimen organizado y sus efectos. Pero, que
ha permitido la prevalencia en la idiosincrasia de la población, de sentir
temor a los ruidos desconocidos, de sentir miedo al escuchar como los objetos
bruscamente se impactan contra el suelo.
Por Alan Santos.
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