Abrió las aletas a
un mundo extraño y nadó en el aire, la inexperiencia lo llevó abajo pero la
invitación a lo desconocido lo impulso a flote otra vez. Luz, movimiento, brisa
y luz; sobre todo esa luz. Un universo encima del suyo estando escondido tanto
tiempo sin nadie que se percatase. Sólo segundos tenía para aletear a través de
ese mar de gases antes de descender sin fuerza para oponerse y sumergirse de
nuevo a su antiguo mundo, todo nuevo, todo extraño. Un sólo vistazo a la
diferencia y te hace dudar de todo lo que creías verídico. La curiosidad le
bloqueo el paso al sentido común y sin pensar en peligro, cautela, en que tenía
frente a él un espacio que jugaba con sus propias reglas; el pez brincó otra
vez. La obscuridad de la noche era tan parecida a la de su hogar, pero la
luz... Volteo al infinito firmamento sintiendo ahogarse con sólo ver su
profundidad, las estrellas aquí no bailan... la luz aquí no baila. No es como
la que él conocía, pero al parecer era la real; luz estática, suave, casi
blanca percibida, irradiada por esa gigante y hermosa... ¿Hermosa qué?
Trató de subir más
hasta el punto en que sus aletas ya no daban para ascender. Desesperado, pero
no menos decidido, continuó. ¿Cómo podía estar seguro que ese
"arriba", apenas descubierto, no era sino el abajo de otro arriba,
también con sus propias reglas, diferente a todos los demás? Y de otros aún más
diferentes, otros incluso escondidos más arriba. ¿La luz bailaría allá arriba? ¿Golpearía?
¿O no existiría?. Dirigiéndose a esa cautivadora esfera blanca, saltó... Y
volvió a hacerlo hasta que voló, con aire siempre en las aletas y su esfera
blanca en los ojos esperando algún día llegar a su mundo y poder pertenecer. A
veces sabe que no podría, a veces le gusta creer que se equivoca. Mientras su
luz siga esperando radiante allá arriba existirá un motivo más para volver a
saltar. Para ver si allá también bailan, también vuelan. También creen.
Por Sebastián Alberto Pascual Schultze
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