Llego puntual a las 5 pm, vestida
sencillamente, pero con ese dejo de gracilidad y aquella sutil elegancia
totalmente inconsciente. Como siempre el ambiente se impregnó de su perfume, un
toque inconfundible de ámbar y madera de oriente. Estaba delgada como siempre,
sin embargo tenía un cuerpo bien proporcionado, suaves formas y unos ojos tan
inmensos y negros que a veces desconcertaban. Es guapa, pensó él, pero lo
ignora.
Lo saludó con afecto, y al cabo de
unos minutos le dijo:
“No sé si sea lo mejor revelarte
esto a ti, pero intuyo que es lo único que me falta por hacer. Hace un año que
vivo aquejada de un mal extraño, una enfermedad onírica, por así llamarlo.”
Su mirada denotaba ansiedad, pero
estaba totalmente seria. El tema realmente parecía ser bastante grave.
Prosiguió su relato y yo la escuché,
aún más atento:
“Hace un año conocí a alguien, un
hombre. No me demoraré en darte sus señas, ni te explicaré como lo conocí. Creo
que lo mejor, será que ahorre estos detalles y vaya pues directo a lo que deseo
contarte. Antes de continuar, he
de decirte que yo me he examinado muchas veces, antes de contarle esto a
alguien, sabes y me conoces que
soy una mujer bastante racional y que no me gusta enfrascarme en cosas
inverosímiles. Soy de un talante más bien práctico.”
Y no mentía, ella realmente siempre se había caracterizado por
ser muy inteligente y por poseer un pensamiento analítico y lógico. Una mujer
con los pies bien puestos sobre la tierra. Por ello cuando me mencionó lo de su
“enfermedad onírica”, quedé pasmado, aunque traté de disimularlo de la mejor
forma posible.
Continuó su relato y esta vez,
presentí no haría más aclaratorias, ni inducciones. Puede deducirlo gracias a
la fuerza de su voz, y por el fulgor misterioso de sus pupilas.
“Este hombre que conocí, hace un
año, sólo lo he visto una vez. (hizo una breve pausa, visiblemente afectada).
Pero en mis sueños, lo he visto muchas veces…diría que infinitas veces.
El por supuesto ignora totalmente esta circunstancia,
para él solamente soy una conocida, o mejor dicho una desconocida, con la cual
la cual se cruzó fugazmente. Yo no sé mucho sobre él. La interacción ha sido
inconstante y como te comenté, en persona sólo lo he mirado una vez. He de
reconocer que en ese breve y único encuentro “real” sentí algo de perturbación
al mirar sus ojos, muy hondos, esos que parecían saber algo sobre mí. La
conversación fue breve y extraña, y al marcharse dejó un eco de su perfume, no lo sé. Sus manos, estaban perfumadas, o era
su olor personal. Se había marchado y su olor estaba allí. Sin embargo traté de
olvidar todo esto, el encuentro y sus efectos no tenían mucha lógica ni
consistencia. Y así fue, olvidé todo en la cotidianidad de mis días siempre
ajetreados. Lo que no sabía es que este olvido era muy temporal.
Pasó un mes exacto. Allí comenzó lo
insólito. Lo soñé. Dormía a mi lado, y podía sentir su respiración, los latidos
de su corazón, su cuerpo vivo y tibio a mi lado. Mi cara estaba casi sobre su
pecho, que estaba desnudo como todo su cuerpo. Recuerdo con precisión
que sobre su pecho colgaba un crucifijo, era una cruz, no demasiado
pequeña, que pendía sobre una tira de cuero, o algo similar. No era una cadena
común con el crucifijo, no. Desperté y aún sentía la tibieza de su cuerpo y la
imagen de esa cruz flotando en mi cabeza. Sin duda, era el mismo desconocido,
ese el del encuentro breve, que ahora había invadido mi sueño, pero lo que me
sobrecogió, fue el grado de intimidad de ese sueño y de los siguientes. No te abrumaré en contártelos todos,
pues han sido muchos en el transcurrir de este año. Son tantos que uno parece crear al otro, se perpetúan. No he
de describirte algunas cosas, que son íntimas, me imagino sabrás comprenderme.
Aunado a ello, me he sentido
ansiosa, he tenido algunos problemas para conciliar el sueño, y cuando sueño
con él, es algo tan vívido que parece sobrenatural.
En el sueño, he sentido mi corazón
dentro de su cuerpo. Él se ha perdido en el mío. Hasta soñé en una ocasión que
me regalaba un libro: París era una fiesta de Ernest Hemingway .”
En este momento, se vinieron a mi mente muchas
interrogantes, entre ellas: ¿Ésto podría ser posible acaso, soñar con un
perfecto desconocido de esa forma?
No pude evitar preguntarle.
¿Te atrae este hombre? Su mirada demostraba confusión.
Hizo un silencio y sólo alcanzo a decir. “En el sueño, somos como dos cuerpos
imantados.”
¿Lo has visto en otras ocasiones? ¿Le has visto ese
crucifijo?. Su respuesta fue. “Solamente lo he visto una vez en mi vida. No he
intimado con él, no puedo decirte si el posee esa cruz o no, tendría que
haberlo visto en una situación íntima, o con una ropa holgada, o que lo hubiese
llevado por fuera, pero cuando le vi, no alcancé a ver nada, ningún crucifijo,
estaba vestido… bueno creo que ya te he explicado, no hemos intimado para nada”
Reconocí que mi pregunta fue tonta. Si sólo lo vio una
vez, no tendría mayores datos sobre él, que lo que lo escaso que arrojó ese
breve encuentro. Me quedé sin palabras, no podía expresarle nada, todo aquello
resultaba muy confuso.
Ella me miró y supe que iba a marcharse. Solo atiné a decirle un poco
balbuceante.
¿Y si él te sueña también?. Ella me miró algo
dubitativa, pero luego sin más me dijo. “Eso es imposible. Si él me soñara como
yo a él, ya habría venido en mi busca”. Luego de esto, seria e inquebrantable,
se despidió de mí con afecto.
Y agregó
por último:
Te lo conté porque eres escritor, haz algo con esta
historia. O simplemente no sé, quizás, al decírselo a alguien más los sueños
vayan mermando, quizás todo se evapore. Quizás el secreto sea el combustible de
estos sueños. Tarde o temprano han de desaparecer, aunque mi corazón lata
dentro de él, aunque yo sienta a veces conocer los rincones de su espíritu,
aunque casi palpe su piel, aunque me inunde siempre su olor y aunque sé
perfectamente que conozco ese cuerpo como nadie, como ninguna otra mujer… Toda
esta enfermedad onírica se desvanecerá en un un soplo. Porque ya lo sabemos
“Los sueños sólo sueños son.”
Después de esto comenzó a caminar, segura, precisa, se
llevó consigo sus formas gráciles, su aroma de ámbar y solo me dejó en un mar
de perplejidad.
Por Mariela Cordero.
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