En algún lugar de la
razón humana, del pensamiento efímero, vivía el conocimiento. Éste había
dedicado la mayor parte de su existencia a la eterna búsqueda de la verdad –indagación
de por sí difícil, ya que la verdad gusta de jugar a las escondidillas entre
los vericuetos y las calles de la duda y la mentira, por lo que encontrarla
suele ser un periplo que pocos consiguen concluir.
Duró varios años recorriendo diversos y tormentosos
caminos. Encontrándose con los peligros del miedo y la superstición. Hasta que
después de realizar un sinfín de investigaciones, de cruzar un torrente de
experiencias y sufrir los achaques del error, creyó encontrar la verdad
escondida entre un lecho de piedras, a las orillas de un rio.
En su lugar sólo se encontró con un grupo de refutaciones
que se dirigían al mercado de ideas, para discutir los precios de los productos.
El conocimiento, indignado, se sentó junto a un árbol a llorar, y decidió
renunciar a su búsqueda de la verdad. Al escuchar el llanto del conocimiento,
uno de sus viejos amigos, cuestionamiento, se acercó para tratar de descubrir el motivo de aquella
tristeza. “Qué te pasó hombre”, dijo el cuestionamiento. “Renuncio a la búsqueda
de la verdad, es imposible”, respondió el conocimiento. “Pero si por eso es que
debes seguir tu búsqueda. Si no fuera por el escudriñamiento que has hecho,
tratando de buscar la verdad, jamás habrías descubierto todas las maravillas
del mundo que nos rodean, y yo no podría dudar y rebatir de todo lo que me has
dicho. Amigo mío, quizás la verdad no existe, pero tratar de encontrarla es lo
que nos hace levantarnos una y otra vez, para seguir adelante”.
Alan Santos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario