La vi. Ella me vio. Me dijo:
"Hola", con una sonrisa tímida e imprevista por haberme encontrado en
una situación poco convencional. ¿Cuándo te encuentras con el amor de tu vida
al caminar por la calle? Respondí el saludo casi por instinto, como una
grabadora descompuesta y polvorienta. Con palabras entrecortadas que denotaban
mi inmensa sorpresa. Mi boca se movió, y de ella sonidos brotaron: H-O-L-A. Y
nuestras miradas chocaron, se entrelazaron por algunos segundos flotando en el
espacio. Ese instante duró para siempre, vivió congelado. Abrió con brutalidad
las puertas de la esperanza tanto tiempo cerradas en mi interior.
Aquello terminó
tan rápido, como un fugaz pestañeo y seguimos, aturdidos, nuestros respectivos
caminos ignorándonos el uno al otro. Continuando con nuestras solitarias vidas
al igual que dos desconocidos.
Ella se siguió
de largo. Volteé con agilidad para mirarla de espaldas y contemplarla
desapareciendo en el horizonte como un velero que zarpa a la mar, que nunca
regresa. Me mantuve caminando con una desdibujada sonrisa en mi rostro. Nunca
más la volví a ver. Ni en mis sueños, ni en la casualidad de una inusual caminata
por la calle.
Alan Santos.
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