El mar se detuvo en sigilo,
se desvaneció el ritmo de sus olas
dejando entristecido al horizonte.
Dejó de calentar el sol en Julio;
anuncia el día y se retira
igual que un caballero desdeñado.
Salgo a la calle con la certidumbre
de que la lluvia fragua mi destino
y no cargo más abrigo que mi suerte,
pues, no quiero estar preparada
para cuando la tierra enloquezca conmigo;
aún no llegan las nubes negras de agosto
y ya siento el cuerpo mojado y entumecido.
No avanzo, sólo veo venir la noche
y me destierra de su calma;
llega el insomnio con sus mil voces
a entreabrir las puertas del infierno.
Aún con todo, tu aroma acústico
en mi mente somnolienta, se dilata,
y aunque todo es lento
llegas con la furia de un caballo desbocado.
Siento tus pisadas sobre los labios,
y el cabello suave que pasa por los dedos
con alguna palabra mía,
hecha del amor que yo te guardo,
del consuelo que te debo
de los días que no dormí a tu lado.
Contigo veo la locura y la deseo;
quiero batirme mil noches en vela,
fumar treinta cigarrillos con ron entre libros,
basura y botellas, que suene Frank Zappa,
que me muerda la existencia con rabia
y no me quede alivio alguno que tus ojos.
Exagerar las cosas al punto del drama
y salir gritando hacia arriba con euforia.
Volver a caer, levantarme y volver a volar,
hasta que la muerte
venga con su miembro erecto,
y me embista con la furia de un toro,
sobre tus brazos.
Por Tania Jaramillo.
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