19
de Junio, 1994. Los cuerpos de dos jóvenes son encontrados a las afueras del
balneario conocido como Caracol Beach,
en un deshuesadero de automóviles junto al cuerpo de un emigrante de origen
cubano, al que los residentes locales y
conocidos consideraban un total chiflado, un loco de remate que
veía, según su infinita demencia, un tigre de bengala alado que no se cansaba
ni por un instante de perseguirlo, de acecharlo como un cazador con su presa
hasta matarlo; hasta devorarlo sin dejar rastro del paso por la faz de la
tierra de aquél ser insignificante.
Esta
es la historia frenética, el relato narrado con gran maestría que nos trae el
cubano Eliseo Alberto, hijo del poeta Eliseo Diego, y que nos sumerge en un
viaje por la locura, el miedo, el perdón y la muerte. Un viaje del que no todos
pueden regresar y del que sólo unos cuantos afortunados, ilustres escogidos por
el destino, son capaces de eludir. Sin embargo nada es eterno y el encuentro
con la finitud, con el final de nuestra existencia es inminente. Nada es
evitable, el destino esta escrito. “Los designios de la Providencia son
inescrutables”, diría Julio Cortázar, y la historia que se desarrolla muy cerca
de una ciudad al sur de los Estados Unidos donde el multiculturalismo y la
relación entre distintas ideologías, pensamientos y formas de ver la vida se
entrecruzan, se mezclan y se convierten en el pan, el alimento necesario del
día a día.
Todo en esta novela esta escrito de
una forma en la que la totalidad de los personajes se entrelazan unos con otros
en un juego de coincidencias y equivocaciones que determinan un final catastrófico.
Desde el sufrimiento eterno de un hombre cubano, el cual recibe los resquicios
de una de las tantas guerras del África, más específicamente en Ibonda de Akú,
transformados en la locura de imaginarse un tigre, y su salida esa fría noche
de junio a las calles de Caracol Beach para buscar a alguien que lo mate, que
le de muerte y acabe de una vez con su incalculable dolor; pasando por dos
profesores que se otean con deseo, que se desean mutuamente y que pasan la
noche, una agradable noche de copas, sin saber de antemano los acontecimientos que
acometen a sus alumnos, el espanto de la tragedia ineludible; hasta los propios
jóvenes: Martin Lowell, Tom Chávez y Laura Fontanet, que salen por cervezas
para seguir la parranda, la noche de tragos entre ellos y sus demás amigos que
los esperan impacientes en una casa, sin
conocer, sin tener la menor idea de que el soldado cubano Beto Milanés, el
emigrante infeliz, los persigue sin cesar para que lo maten, y que el miedo a
la muerte los arrastre a todos a la locura, al delirio inconcebible que viven
los habitantes que yacen entre las letras de esta novela.
Un
policía, su ayudante, un travesti confundido, su amante, los haitianos, la luna
llena que se alza sobre el manto negruzco de la noche, un perro que ha sido
estrellado contra un muro, un hombre que lo llora desconsolado, una prostituta
mexicana que exige justicia, una anciana que quiere dormir pero el ruido de la música
en la casa de al lado la ensordece, por lo que decide llamar a la policía; todo un conjunto de seres que chocan entre sí
y que poseen como lugar común, como único sitio donde la catástrofe humana, el
desastre de las pupilas dilatándose hasta apagarse fluyen a ritmo de rock &
roll, donde la tragedia se mueve con una cadencia alborotadora, un sitio
llamado Caracol Beach, una playa, un
deshuesadero, el único pedazo de tierra en este mundo donde los tigres de bengala
vuelan con sus alas de cisne, buscando la carne tersa y suave de los locos y
dementes que salen a las calles en un periplo sinuoso, deseando que los
asesinen.
Alan Santos.
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