Fuck
all those kisses it didn´t mean jack.
–Qué
belleza de lugar Santiago. Todo luce tan vivo, tan lleno de sabor y color.
Gracias por traerme aquí. Sabes que me encanta bailar.
Las luces rojas y blancas del salón Tropicana deslumbraban el rostro de
Julieta, quien deseaba con insistencia entrar y poder bailar al ritmo de los
pianos y maracas tropicales hasta que sus pies de sierva no pudieran más.
Santiago bajó del automóvil rojo y con un gesto de galantería y caballerosidad
se dio la vuelta y abrió la puerta sosteniendo con delicadeza la mano de su
adorada. La guió con astucia deslizándose entre las demás personas a la entrada
del salón y pidió una mesa lo más cercana posible a la pista de baile.
–Luces maravillosa hoy, Julieta. Ese
vestido combina totalmente con el color de tus ojos. ¿Quieres algo para beber?
–Sí Santi, gracias. Wiski de
preferencia.
–Deja lo pido querida. Mesero,
mesero por aquí por favor.
Pidieron bebidas alcohólicas: Brandi para el
caballero, Wiski para la señorita, y mientras degustaban los elixires
destilados se oteaban el uno al otro con un deseo incandescente. Ella contemplaba
sus labios gruesos y la leve barba que le brotaba del mentón; él divisaba la
tersura de sus mejillas y la curva resplandeciente de su sonrisa; ella
descubría con la mirada la robustez de su espalda; él imaginaba mundos
fantásticos que se perdían en la sensualidad de sus caderas. Se curioseaban con
deseo.
–Mi estimado caballero, el día de
hoy usted luce estupendo –recitó Julieta al apreciar el atuendo un tanto casual
pero distinguido que portaba Santiago.
–No tanto como usted querida
señorita. Esa sonrisa es suya o se la pidió prestada a un ángel celestial.
Julieta se sonrojó irrisoriamente.
–Esta disfrutando de esta noche
caballero –dijo Julieta dándole sorbitos a su bebida.
–No tanto como usted bella dama, que
es la razón por la que disfruto estar aquí.
Santiago
bebió lentamente para gozar el sabor seco y exquisito del líquido añejado. Vio
las luces brillantes del lugar e impaciente buscó el momento adecuado para
dirigir a Julieta rumbo a la pista de baile. Se hallaba nervioso. Esperaba no
causar ninguna mala impresión ya que después de tantos meses juntos, su
relación había estado llena de momentos reconfortantes y agradables con pocas
situaciones vergonzosas o desabridas. Respiró profundo y se dignó a hablarle
con espontaneidad.
–Le gustaría concederme esta pieza
señorita –dijo Santiago con seguridad.
–Por supuesto que sí amable
caballero –respondió impaciente Julieta.
Bailaron de un lado a otro sobre la
pista. Se aislaron en un mundo, en un universo perfecto donde únicamente
existían ellos dos. Nadie más. Al ritmo del merengue dominicano y la salsa
cubana se conocieron el uno al otro. Julieta descubrió el leve movimiento de
cadera que Santiago hacía al cambiar de ritmo. Santiago vislumbró la expresión
burlona y apenada que Julieta hacía cuando se equivocaba levemente con algún
paso. A través del baile se dieron cuenta de la conexión mágica que existía en
ambos. Sus cuerpos se extasiaron al compás de la música y al quedar solos en el
escenario se besaron con pasión. Él la besó y la tomó por la cintura. Ella lo
besó y lo estrechó por la espalda.
Después de un rato regresaron a su
mesa, solicitaron algunas bebidas de más y pidieron la cuenta. Entre risas y
jolgorio volvieron al automóvil de Santiago y se dirigieron hacía su casa.
Condujo con cuidado debido a las copas de más, pero con un ferviente deseo por
llegar deprisa. Ambos entendieron el lenguaje del cuerpo, la comunicación de
los deseos que no se expresa con palabras. Arribaron al lugar y sin perder
tiempo se desvistieron, se exploraron, y lo hicieron por primera vez con las
ansias y el arrebato de los enamorados en primavera.
Al despertar, Julieta se encontró
sola en la habitación. Con un leve malestar por la resaca de haber tomado el
día anterior, analizó el cuarto buscando a Santiago sin encontrarlo.
Inspeccionó el lugar y notó un sobre blanco descansando encima de La metamorfosis de Franz Kafka. Abrió el
sobre y leyó las siguientes palabras: «Así
como Gregorio Samsa despertó convertido en un gigantesco insecto, yo despierto
transformado en algo que ayer no era. Me transmuto en un ser incompleto, y tú
eres mi otra mitad. Te espero en el comedor cuando despiertes».
Tras
leer tan inquietantes palabras Julieta se apresuró y bajó corriendo las
escaleras para encontrarse con Santiago sentado con el desayuno en la mesa.
Ella se acercó a velocidad y tomó asiento frente a los huevos revueltos, el pan
tostado y el jugo de naranja natural.
–Cómo despertaste –preguntó
Santiago.
–Con un poco de dolor de cabeza,
pero bien, mi amor –respondió Julieta.
Desayunaron en silencio. Se
miraron inquietantemente el uno al otro.
No se dijeron nada por algunos minutos y cuando Julieta menos se lo esperaba,
Santiago se limpió con una servilleta y se levantó de su silla para acercarse y
soltarle un beso fugaz. Antes de que pudiese reaccionar ante la celeridad de
tal acción, él se hincó apurado y abrió una pequeña cajita
con un anillo dentro.
–
Julieta, ¿Te gustaría compartir el resto de tu vida a mi lado?
Ella
quedó estupefacta ante la prontitud de los acontecimientos. No tuvo otra opción
más que afirmar con la cabeza.
–Sí
–dijo ella después de unos instantes –.Me encantaría.
Alan Santos.
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