Hoy están vivos a pesar de haber vivido cosas extraordinarias. Ellos se preguntan qué hacen las personas para ser felices, pero simplemente no entienden las sonrisas estúpidas de los enamorados al ver las jacarandas tapizando las calles de la ciudad. "Más basura de la naturaleza", piensan sin abrir los ojos con optimismo, con esperanza. Otro día de salir a la calle sin ganas de hacerlo; maldito trabajo que les tocó realizar, maldito el día en que decidieron dejar todo a un lado para obtener ganancias efímeras. No sabían lo que el futuro les traería, y no esperaban terminar así, barriendo las calles de la ciudad.
Quisieran pensar que su vida cambiará, aunque no saben cómo ni cuándo. Se tambalean y menean la escoba desilusionados. Otro puto día de trabajo, otro igualmente interminable como el anterior. Cuando deciden partir a su hogar, el trabajo no está terminado, nunca terminará, y el siguiente día tendrá más basura acumulada.
Aunque quisieran romper con la rutina, no pueden hacerlo. Al llegar a casa, deben lavarse. Sin recursos, tienen que llenar cuatro tinajas con agua para toda la semana: en las noches se meten en ellas y comienzan a tallar sus cuerpos. Son dos hombres pudorosos que, aunque han vivido juntos mucho tiempo, no pueden lavarse sin cubrir sus genitales con toallas que suelen terminar empapadas.
Su casa no es más que un pequeño cuarto con dos ventanales: uno, el de madera, les sirve para poner sus cremas; el otro, el mas grande, está cubierto por una reja de metal, la cual les sirve como tendedero. Ya no soportan vivir ahí, quisieran regresar a su país de origen, pero escaparon de una forma poco amable: huyendo del sistema de justicia. Jamás podrán regresar a Japón.
Después del baño, se duermen y sueñan con un nuevo día en el que su vida cambiará. Despiertan sin ganas de abrir los ojos a la realidad: otro día de trabajo en la gran ciudad. Se arman de valor y toman las calles.
Comienzan por barrer cada rincón; hacen su trabajo a prisa como si en verdad fueran a terminarlo, como si las hojas de los árboles dejaran de caer por un instante, como si la gente fuera más limpia y guardara su basura, como si en verdad la limpieza fuera un objetivo fijo. Saben que su trabajo no tiene fin, pero eso no impide que busquen cambiarlo.
Ese minuto fue mágico. Pusieron sus botes de metal sobre la calle, agarraron sus escobas con ambas manos y comenzaron a tararear La vie en rose. Bailaron abrazando las escobas sobre los botes. Los ciudadanos afortunados que pudieron presenciar el momento, no dejaron de sonreír. Simplemente era algo inesperado que nunca más tendrían la fortuna de ver, al menos no en la gran ciudad.
No sabían lo que pretendían con su baile, no sabían lo que hacían ni el impacto que causarían en el resto de los ciudadanos; el cambio había llegado, el cambio que tanto habían esperado, con el que siempre soñaron. ¿Por fin podrían vivir como siempre habrían querido? Eso es algo que aún no saben, pero pronto lo descubrirán.
Siguen bailando sobre los botes, con sus escobas, siempre limpios.
Por
Mariela Flores Aguilar .
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