En medio de la noche, en un cuarto prácticamente
oscuro en el que la única luz era la pequeña lámpara sobre la mesa de madera
Julián decidió volver a sus viejas andadas. Tomó un cigarrillo con la mano
derecha y lo sujetó suavemente con sus labios rojos; sacó el zippo de su
bolsillo trasero y lo encendió mientras la mano izquierda cubría el fuego que
encendería el cigarro.
Julián estaba
confundido, no sabia cómo empezar. Jaló fuertemente el humo del cigarro y lo
contuvo unos segundos dentro de su cuerpo para después poder exhalarlo
suavemente. Movió la silla de madera y se sentó frente a la mesa; se podía ver
una hoja en blanco y un frasco de tinta azul. Cerró los ojos. Estaba perdido en
sus pensamientos, entonces recargó la cabeza sobre la mesa y comenzó a
respirar.
En un acto de
distracción, Julián dejó caer el cigarro al suelo, se apagó al instante. Tomó
otro y lo encendió de la misma forma, como si fuera un ritual. Se quedó dormido
sobre la mesa.
Pasaron las
horas y parecía que el final de Julián había llegado, pero no era así; estaba
soñando, inspirándose, sintiendo. El suelo de la habitación se llenó de
cajetillas vacías, Julián fumaba compulsivamente, pero su hoja seguía en
blanco. El cuarto estaba lleno de humo, es sorprendente imaginarlo después de
tantos años sin fumar.
Él quería
escapar y simplemente no sabía a dónde. Esto ya le había pasado antes, en su
antigua habitación, la solución había sido escapar, exiliarse; ahora no sabía
qué hacer, no tenía a dónde ir. El humo invadía su mente, lo atormentaba, lo
mataba.
Una gota de
tinta manchó la hoja, Julián enloqueció. La noche se confundía con el día, el
sol entró por la única y pequeña ventana de la habitación iluminando de a poco.
Comenzó por la mesa donde Julián dormía y, pasando el tiempo; iluminó las
cajetillas del suelo hasta que, al final, la habitación se iluminó por
completo, mostrando letras azules en las paredes blancas: se trataban de los
poemas que Julián había escrito entre delirios la noche anterior.
Julián comenzó
a gritar, enloquecido. Bajó las escaleras de forma apresurada, sin mirar atrás.
Llegó a la calle y comenzó a llorar enfurecidamente. Estaba asustado y no quería
cometer los mismos errores del pasado; no quería caer la rutina de hace apenas
unos años; no quería escapar de nuevo de la realidad y exiliarse de sus
acciones, de sus pensamientos, de sí mismo; quería ser feliz y dejar a un lado
sus problemas.
Su más grande
temor era cometer las mismas acciones del pasado: fumar y escribir por las
noches. El exilio funcionó por un tiempo pero todos, exiliados o no, volvemos a
los orígenes. Julián temía a escribir pues sentía que dejaba un trozo de él en
cada frase; sentía que poco a poco iba muriendo, se desintegraba entre la tinta
y el papel. Y así fue, desapareció pero esta vez, entre el humo de su
habitación.
Por Mariela Flores Aguilar.
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