El fuego encendió pasiones, el humo llenó el espacio de a poco, las llamas calentaban el corazón de los presentes. No necesitaron gasolina, el celuloide prende por sí solo y las ganas de acabar con el pasado no podían esperar. Javier quemó todas las fotos pensando que así borraría el pasado, creó la imagen perfecta en su cabeza: encender todo terminarían con los recuerdos, desaparecerían las personas de ese oscuro pasado.
No pensaron que un lugar abierto sería una mejor opción para el acto. El humo invadía sus pulmones, Jessica tosía y escupía sangre a cada instante. Sus dedos inmóviles e inexistentes acariciaban su cabello mientras el cuerpo se llenaba de tierra y cenizas. Javier comenzó a perder la vista, el fuego quemó sus retinas: se derretían como hielos bajo el sol del verano.
Los dos jóvenes no estaban solos, Estela los observaba desde la ventana del edificio de enfrente. Quería entender lo que pasaba en esa oscura habitación, pero no conseguía hacerlo. Veía sombras, luz roja, humo y pudo percibir un olor muy extraño; no era papel quemado ¿pólvora? ¿carbón? no lograba distinguir; aspiraba el aire con más fuerza. Los bronquios rechinaban fuertemente, pero su curiosidad no le permitió escuchar el sonido.
Javier se acercó al montón de fotos prendidas, sus pantalones se encendieron sin dejar huella alguna, no notaba su ceguera ya que sólo veía al fuego y podía distinguir la luz de las llamaradas en contraste con la oscuridad del cuarto. Jessica tosía con mayor frecuencia, la sangre comenzaba a salir por su nariz; sentía calor en el pecho, una especie de acidez que subía por su tráquea quemando todo lo que había a su paso. Estela, asoleada, se deshidrataba mientras aspiraba el humo con olor a carne quemada.
Quemar los recuerdos, las fotos; era una forma de eliminar al pasado, de matar a la gente que los había marcado. Querían estar juntos en el presente sin notar que las personas de las fotos eran ellos. Los tres niños vivieron juntos en Celaya cuando tenían apenas cuatro años. El padre de Javier los había maltratado, todos recordaban al señor canoso con sombrero de paja que los golpeaba, que los tocaba.
Estaban marcados y el fuego sería el encargado de borrar todas las cicatrices. Las fotos tenían la imagen de los niños, nunca salía el campesino recolector de fresas. Eliminar el pasado, borrar los recuerdos, quemar el dolor. Encender las fotos implicó dejar a un lado la inocencia de los niños; Javier, Estela y Jessica murieron esa tarde, intoxicados por los recuerdos quemados. El señor permaneció vivo en Celaya, sin recuerdos, sin culpas. Quemar el pasado afecta el presente. Nunca existieron.
Por Mariela Flores Aguilar.