Lo hicieron rápido,
apresurado. Y sin darse cuenta, como autómatas al terminar, se pusieron el
pantalón, las medias, los zapatos, el calcetín, la blusa. Se dieron un beso fugaz,
beso a la plancha, o quizás al vapor: sabor salado o agridulce. Habían entrado
a la habitación para descubrirse mutuamente, para conocer entre las sábanas su
verdadera naturaleza. Y salieron de ella como un par de desconocidos, extraños
jugando a conocerse. Partieron del hotel cual estampida errante, y al
despedirse regresaron a pretender ser todo aquello que no son. Todo aquello que
se erige como la antítesis de un ser misterioso que vive entre las sudorosas
sábanas, y las pringosas almohadas de una solitaria habitación.
Alan Santos.
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