viernes, 4 de mayo de 2012

De qué hablamos cuando hablamos de mi verga

Había humo sobre todo el pastizal, sin embargo el espacio era aún visible, incluso podríamos notar los agujeros que algunas hormigas con grandes vergas habían cavado con ellas. Ambos se encontraban en una esquina del  amplio jardín, evitando que el insecticida los alcanzara.
  • ¿Volviste a fumigar? Te dije que esperaras por lo menos dos meses -dijo la mujer mientras trataba de depilar la gran verga que el correo le había traído en bandeja de plata.
  • Sí, volví a fumigar, te lo dije ayer pero no me escuchaste
  • A ver sácate la verga ¿o qué, pensabas guardarla todo el día?
  • Pues no, pero aun ni terminas de tragar la verga que te acaba de llegar.

La mujer, con la verga en la boca, fue incapaz de contestarle, de todos modos a él poco le importaba si ella se moría asfixiada por el grosor del pene en ese mismo instante. Eso había dejado de importar hacía mucho tiempo. Comenzaron su amor jalando vergas en parques públicos a quien se ofreciera, después pasaron a chuparlas en secreto, y más tarde, tras probar un sinfín de texturas de alta costura, volvieron a ellos mismos.
  • ¿Viste eso? – le preguntó la mujer con la respiración entrecortada después de haber colocado casi todo un dildo dentro de su boca.
  • No, no vi.
  • ¿Qué no puedes prestarme ni una mirada?
  • No, ya no puedo.
  • Entonces atragántate con tu verga negra y ve a coger analmente a otro lado.
Ambos permanecieron en silencio. La mujer metía sucesivamente, a su boca, distintos objetos con distintos tamaños. Esporádicamente se escuchaba el regurgitar de la saliva por su garganta para evitar volcar el contenido de su estómago, o inclusive para evitar perder el aire al cabo de una simple mamada.
La mujer paró de mamar y volteó curioseando hacia el hombre. El hombre se encontraba sentado, dubitativo, subiendo su pene aguado y dejándolo caer sobre el único testículo que le quedaba. Había perdido el otro hacia veinte años atrás en la guerra de Vietnam, antes de conocerla, cuando no tenía quien lo atosigara todo el día, cuando podía caminar tranquilo en la calle por la noche y disfrutar del ofrecimiento que la oscuridad contenía. Recuerda haber cogido con una puta en una velada fría, era el día anterior al reclutamiento, tenía miedo de no poder lograr la erección, de perder semen valioso en una ofrecida de tan baja estirpe como aquella que había encontrado chupando obsesivamente un dildo en un callejón a poca luz.
  • ¿Qué estas murmurando?- pregunta la mujer al otro lado de la mesa del jardín.
  • Nada
  • ¿Cómo que nada? ¿De qué hablas?
  • De mi verga
  • Creo que me lastimé la garganta, me acabo de meter con mucha fuerza este dildo que encargué ayer.
  • ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
  • Creo que sí, ¿fuiste tú el que me mandó una caja con un ano de plástico antes de pasar a recogerme en la primera cita? Ah, no, creo que ese fue Jerry, vaya verga que tenía, esa sí que era una verga ¿sabes?

Acababa de descender del avión, a su frente estaba la enredada vegetación y una carretera de terracería. Junto al pequeño aeropuerto que habían construido se encontraba el centro médico para casos extremos. Sus botas pisaron tierra firme, comenzó a andar detrás de sus demás compañeros, a lo lejos vio acercarse a varios hombres cargando cinco camillas. El ajetreo de las voces le impedía concentrarse en los heridos. Parece ser que le ha caído napalm en la verga, dijo un comandante, así es Vietnam.


-¿Viste como casi me entra todo este dildo? Me faltó la cabeza.
-No, no vi- dijo él.
-Ayer por la noche, después de que te durmieras, vi por el ventanal cómo Gordon, el señor de enfrente, se metía un paquete de pizzas congeladas por el ano, creo que se lo dilató con esa cremas que ayer pasaron a vender de casa en casa. Debimos haberlo comprado, ¿no John?
- ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
-Ya te dije que no, no me acuerdo. ¿De qué estas hablando? ¿Por qué estas tan raro hoy?
-  Es importante saber de qué hablamos Marianne, no recuerdas cuando nos conocimos, sólo sigues ofreciéndote más con esas vergas de plástico que las chupas todo el día; si crees que te entrará la verga de Gordon estas equivocada, eres igual de puta que todas las de esta cuadra, crees que no me doy cuenta que cada dos noches Gordon te coge analmente, crees que no me doy cuenta que nos hemos dejado de querer; sé que lo has intentado, sé que has querido cortarme el último puto huevo que me queda, ya no recuerdas cuando nos conocimos, y eso es lo que he tratado de decirte toda la tarde, toda la puta tarde, de eso hablamos cuando hablamos de mi verga,  de este inframundo atado a lo que ha caducado entre nosotros, de esta circuncisión mal hecha que tengo, todo por haberme quemado ese testículo  con napalm. He hecho mal en tragarme todo este semen con el que debí haberte cogido y despreciado en el mismo momento, eres una ofrecida barata, tu nombre debería ser Consuelo, en lugar del puto nombre que tienes. De eso hablo cuando hablo de mi verga, del sentido que la verga tiene cuando hablamos  de hablar sobre la verga.
El hombre entró a la casa precipitadamente. Pronto salió de entre la bruma que el insecticida había creado, cargando un cuchillo en la mano. Ella cayó al suelo de donde se encontraba sentada, trató de incorporarse lo más rápido que pudo mientras John se acercaba paso a paso con la verga de fuera y el filo en la mano.  La mujer corrió hacia el final del jardín, pero al tratar  de saltar la cerca que los separaba de la casa vecina, al mismo tiempo que sus gritos de temor retumbaban por entre todas las casas vacías del vecindario, su falda se atoró irreversiblemente en los largos picos de la cerca. La suerte había sido echada,  no habría más noches de sexo anal con Gordon,  ni podría pedir más dildos por correo; tal vez acaba de retribuir lo que costaba no haber amado, o  tal vez acababa de pagar el precio del napalm contemporáneo: la venganza.

Por Consuelo Muz.