lunes, 28 de enero de 2013

Amor en cuatro tiempos (Tercera parte).


Fuck all those kisses it didn´t mean jack.

–Qué belleza de lugar Santiago. Todo luce tan vivo, tan lleno de sabor y color. Gracias por traerme aquí. Sabes que me encanta bailar.
            Las luces rojas y blancas  del salón Tropicana deslumbraban el rostro de Julieta, quien deseaba con insistencia entrar y poder bailar al ritmo de los pianos y maracas tropicales hasta que sus pies de sierva no pudieran más. Santiago bajó del automóvil rojo y con un gesto de galantería y caballerosidad se dio la vuelta y abrió la puerta sosteniendo con delicadeza la mano de su adorada. La guió con astucia deslizándose entre las demás personas a la entrada del salón y pidió una mesa lo más cercana posible a la pista de baile.
            –Luces maravillosa hoy, Julieta. Ese vestido combina totalmente con el color de tus ojos. ¿Quieres algo para beber?
            –Sí Santi, gracias. Wiski de preferencia.
            –Deja lo pido querida. Mesero, mesero por aquí por favor.
             Pidieron bebidas alcohólicas: Brandi para el caballero, Wiski para la señorita, y mientras degustaban los elixires destilados se oteaban el uno al otro con un deseo incandescente. Ella contemplaba sus labios gruesos y la leve barba que le brotaba del mentón; él divisaba la tersura de sus mejillas y la curva resplandeciente de su sonrisa; ella descubría con la mirada la robustez de su espalda; él imaginaba mundos fantásticos que se perdían en la sensualidad de sus caderas. Se curioseaban con deseo.
            –Mi estimado caballero, el día de hoy usted luce estupendo –recitó Julieta al apreciar el atuendo un tanto casual pero distinguido que portaba Santiago.
            –No tanto como usted querida señorita. Esa sonrisa es suya o se la pidió prestada a un ángel celestial.
            Julieta se sonrojó irrisoriamente.
            –Esta disfrutando de esta noche caballero –dijo Julieta dándole sorbitos a su bebida.
            –No tanto como usted bella dama, que es la razón por la que disfruto estar aquí.
Santiago bebió lentamente para gozar el sabor seco y exquisito del líquido añejado. Vio las luces brillantes del lugar e impaciente buscó el momento adecuado para dirigir a Julieta rumbo a la pista de baile. Se hallaba nervioso. Esperaba no causar ninguna mala impresión ya que después de tantos meses juntos, su relación había estado llena de momentos reconfortantes y agradables con pocas situaciones vergonzosas o desabridas. Respiró profundo y se dignó a hablarle con espontaneidad.
            –Le gustaría concederme esta pieza señorita –dijo Santiago con seguridad.
            –Por supuesto que sí amable caballero –respondió impaciente Julieta.
            Bailaron de un lado a otro sobre la pista. Se aislaron en un mundo, en un universo perfecto donde únicamente existían ellos dos. Nadie más. Al ritmo del merengue dominicano y la salsa cubana se conocieron el uno al otro. Julieta descubrió el leve movimiento de cadera que Santiago hacía al cambiar de ritmo. Santiago vislumbró la expresión burlona y apenada que Julieta hacía cuando se equivocaba levemente con algún paso. A través del baile se dieron cuenta de la conexión mágica que existía en ambos. Sus cuerpos se extasiaron al compás de la música y al quedar solos en el escenario se besaron con pasión. Él la besó y la tomó por la cintura. Ella lo besó y lo estrechó por la espalda.
            Después de un rato regresaron a su mesa, solicitaron algunas bebidas de más y pidieron la cuenta. Entre risas y jolgorio volvieron al automóvil de Santiago y se dirigieron hacía su casa. Condujo con cuidado debido a las copas de más, pero con un ferviente deseo por llegar deprisa. Ambos entendieron el lenguaje del cuerpo, la comunicación de los deseos que no se expresa con palabras. Arribaron al lugar y sin perder tiempo se desvistieron, se exploraron, y lo hicieron por primera vez con las ansias y el arrebato de los enamorados en primavera.
            Al despertar, Julieta se encontró sola en la habitación. Con un leve malestar por la resaca de haber tomado el día anterior, analizó el cuarto buscando a Santiago sin encontrarlo. Inspeccionó el lugar y notó un sobre blanco descansando encima de La metamorfosis de Franz Kafka. Abrió el sobre y leyó las siguientes palabras: «Así como Gregorio Samsa despertó convertido en un gigantesco insecto, yo despierto transformado en algo que ayer no era. Me transmuto en un ser incompleto, y tú eres mi otra mitad. Te espero en el comedor cuando despiertes».
            Tras leer tan inquietantes palabras Julieta se apresuró y bajó corriendo las escaleras para encontrarse con Santiago sentado con el desayuno en la mesa. Ella se acercó a velocidad y tomó asiento frente a los huevos revueltos, el pan tostado y el jugo de naranja natural.
            –Cómo despertaste –preguntó Santiago.
            –Con un poco de dolor de cabeza, pero bien, mi amor –respondió Julieta.
            Desayunaron en silencio. Se miraron  inquietantemente el uno al otro. No se dijeron nada por algunos minutos y cuando Julieta menos se lo esperaba, Santiago se limpió con una servilleta y se levantó de su silla para acercarse y soltarle un beso fugaz. Antes de que pudiese reaccionar ante la celeridad de tal acción, él se hincó apurado y abrió una pequeña cajita con un anillo dentro.
– Julieta, ¿Te gustaría compartir el resto de tu vida a mi lado?
Ella quedó estupefacta ante la prontitud de los acontecimientos. No tuvo otra opción más que afirmar con la cabeza.
–Sí –dijo ella después de unos instantes –.Me encantaría.

Alan Santos.