lunes, 7 de enero de 2013

Bianca y el portafolio misterioso.


Bianca es tan hermosa a la luz de la noche. Su deslumbrante y resplandeciente figura resalta en el suburbano horizonte. El contorno de su figura es de un color blanco como la leche espumosa, y sus ojos almendrados color turquesa son inimitables en el mundo terrenal.

Siempre carga ese misterioso e insólito portafolio negro, tan viejo como la vida misma, tan maltratado como el mundo que nos rodea. Así es aquel maletín extraño de bordes plateados y estropeados que suele formar parte de ella como una extensión de su cuerpo. Su esbelto trasero, sus magníficos senos, su delgada cintura y sus inmejorables labios carmesí, crean junto al portafolio un ser que no puede ser separado; que funciona como un todo, como un reloj suizo en sincronía perfecta. Al caminar y al mostrar su excelente porte de suntuosa dama convierte su organismo en la maquinaria impecable de seducción.

La noche se adueña de Villa Cruz y los gatos pardos y callejeros salen de sus escondites para maullar sus canciones sonámbulas a la luna. No hay ni una sola señal de vida humana en la calle. El silencio de la noche es abrumador y extenuante. Únicamente es posible apreciar los ligeros susurros del viento nocturno y a los diminutos grillos, eternos barítonos de la penumbra. Ellos son los afortunados seres irracionales que contemplan a Bianca en toda su magnificencia, en el cenit de su esplendor.

Pero… ¿Qué hace tan bella chica a tan altas horas de la noche? Ella observa el cielo. Contempla las pocas estrellas en el cielo desierto. Las aprecia con la mirada y juega con ellas transformándolas en su mente, retozando con las figuras y formas. Aquel corazón apenas palpita, con dificultad se contrae una y otra vez. Su color es pálido y desabrido: es blanca como la harina. Si no fuera por su débil respiración que apenas se aprecia asimilándose a pequeños susurros de mosquito que sólo los caninos de gran oído pueden captar, la confundirían con un cadáver. Con un hermoso cadáver.  
 
Su cándida mirada se pierde en el cielo, en el manto negro de la noche que la rodea. Es el eterno observador de lo que sucede en la tierra. De lo que hacen las criaturas y los hombres. Al final ella reacciona, se mueve, despierta como de un largo sueño sin sentido y decide utilizar sus extremidades para moverse a un compás de musa por la calle que la llama. Que le dice: «Bianca ven. Continúa tu interminable periplo. No te detengas más, no aguardes nada. Sólo sigue el camino que tienes predestinado. Espera. Detente. No olvides el portafolio. No olvides tu alma. Recuerda que aun tienes cosas que hacer. Tu limbo espera, te habla, no pretendas ignorarlo porque de él no puedes huir. No puedes escapar como un mortal no puede engañar a la muerte».
 
Alan Santos.