lunes, 8 de abril de 2013

CARTA PRIMERA


¿Por qué no terminamos de una vez con lo que nunca comenzamos? Si ya son muchas las pruebas que no superamos, y si sirviendo tanto así, nunca pudimos suspirar sintiendo los aires del amor. ¿Por qué nos dejamos llevar por ese mar de sentimientos, que a primera vista parecían enervantes; y después fueron la peor catástrofe del mundo? Eso, mi amor, es lo que nunca comprendimos. ¿Por qué no dijimos no desde la primera vez? Tan fácil que parecía, azul de mis días, luna de mis noches. No comprendés que la vida, si no es para vivirse, no es para dos. Tal vez presumimos de saber lo que hacíamos; tal vez nos jactamos de amarnos mutuamente. Pero al final comprendimos, que las cosas hermosas, no eran para nosotros. Vos fuiste siempre tan auténtica, mientras que yo, solía ser el ser menos flexible de la Tierra. ¿Cuál fue mi atrevimiento? pregúntome siempre. ¿Qué fue de lo que no nos percatamos? Si siendo la vida tan bella, ¿Por qué escogimos tergiversarla de forma tal? La respuesta la tenés vos. Aunque vos, tan fresca siempre fuiste, me engañabas todo el tiempo, pero no duró mucho nuestro juego. ¿Por qué jugar un juego, cuando nunca tuvimos las instrucciones? Mi dulce bien, esta carta, aunque triste en sus líneas, no es más que la pauta, de lo que mi corazón teje, queriendo evadir la verdad de nuestro error. ¿Podremos amarnos siempre? ¿Podremos amarnos, tanto? ¿Por qué es que te veo en mi mente, pasando por un jardín paradisíaco, cantando los valses que te compuse? Será el tiempo quién me lo diga. ¿Será que te cansaste de bailarlos? Oh, cruel destino, ¿Por qué me quitás la fortuna déste amor? Era exquisito el sabor de tenernos siempre juntos, mi amor, la más bella de mis melodías. Cerramos las puertas, aunque sintiéramos lo mismo. Dejamos al destino sufrir a nuestros pasos, ya que nuestros pasos, no quisieron sufrir con el destino. Y ahora que caminamos, siempre juntos mas distantes, planeo hacerte esta confesión. Yo un día te amé tanto, que a la vida transgredí. Te quise tanto y te veía mía que solo me redargüí. Más ahora, dejáme que te diga, que cómo te amo ahora, nunca he querido. Sos la luz de mis días, y la memoria de mi mente. Sos los ojos de mi alma, y los oídos de mi corazón. Mas más aún, sos vuestra piel, pegada a mi piel. Y yo sé que para vos, también soy yo, tan inmenso como el mar, tan grande como el cielo. También sé, que vos me querés con la misma intensidad, con que he descrito mi amor aquí. Eran tan penados mis días antes de conocerte. Después mi vida se transformó, vos la llenaste de color y de alegrías. Todo recobró la luz para mí. Y vivía pegado a tu memoria cuando no estabas conmigo. Solía caminar por las calles, lloviendo, nubladas, porque la lluvia me evocaba tu recuerdo. Y quería, y deseaba, que estuvieras junto a mí; ay, cómo anhelaba, estrecharte entre mis brazos, y fundirme en tu ser. Todo el tiempo, respiraba yo tu aroma; escribía tu nombre en todos lados; en el periódico mientras leía, en el mantel mientras comía, en mis poemas cuando escribía…Eras todo para mí, mis ilusiones, mis esperanzas, mi mundo entero. Pero después, la suerte cambió, y habéme aquí. Muerto, con este amor que no me deja respirar. Con este ardiente anhelo que calcina mis entrañas. Con esta suerte que se clava entre mis venas. Mis penas, mis tristezas. Pero no se aparta como siempre tu recuerdo de mis obras. Pero después, nos dimos cuenta, que la historia había terminado, sin antes comenzar. Y yo sé que vos también, me veías hasta en sueños. Siempre alegre te encontraban, y cuando te preguntaban, que por qué esa alegría, les contestabas: es que lo amo mucho, es el mundo para mí, es la estrella más lejana, que en deseos yo pedí. Y seguías caminando. Vos bien sabés que nunca recordabas el nombre de tus pacientes, por estar pensando en mí en vuestras consultas. Y si llovía, te preocupabas por mí si no volvía. ¿Recordás ahora? ¿Cuánto nos quisimos? ¿Te acordás de aquellas promesas que nos jurábamos? ¡Cómo olvidar aquellas tiernas palabras, que proferíamos, y protegíamos contra todos! Ay, aquellas tardes en la plaza. Esta añoranza que ahora mitiga lo que fue ese momento. ¿Por qué tuvimos que haber sido tan diferentes? Pues nuestro destino ya estaba marcado. Ya estaba nuestro azar prescrito por nuestras acciones, por nuestros actos. Pero no fue hasta el acto final, que se dictó la sentencia para este sentimiento que despertó en nosotros no hace tanto tiempo, ni hace tan poco. Mejor no recordar malos pasajes de aquélla ópera que fue nuestra historia. Pero aquí, en la distancia, no creás que te has ido de mi vida, seguís tan presente como antes, o más. Y no dejo de reprocharme, ni reprocharle al destino haber dejao quésto se haya dado. Fue la situación, y no podíamos hacer nada al respecto. Aún sigo lamentándome, pues era intacto y puro esto que hubo entre los dos. Es que bien lo sabés, yo era un volcán contenido en una roca, y vos eras una roca brincando por la lava de un volcán. Siempre estabas como un mar a media tormenta. Y yo como un bloque de mármol. Pues, para qué ya me atormento, si sintiendo esto que siento sin poder estar juntos, es suficiente infierno para mí. Ha sido el calvario que agobia las horas de vida que me quedan, que por desgracia, son muchas. Y sabé que este dolor que siento, con todo respeto, ni vuestra profesión me lo cura. Cada vez que recuerdo aquellas travesías por el mar, vuelvo a vivir el tenerte frente a mí, el decirte que siempre sería vuestro, y vos siempre serías mía. Y así ha sido hasta la fecha, la tragedia es, que ni yo siendo vuestro estoy con vos, ni vos siendo mía podés estar conmigo. Y es que río a veces, y a veces lloro en tu retrato, te acordás, aquél que me diste como sello dése pacto. Ese retrato donde salís de tres años, tan hermosa siempre vos; vuestros ojitos siempre vivos, atentos, con ese color verde e inigualable; tu nariz que apenas y se distinguía; los labios, queran como una cereza que apenas se asomaba del árbol, como la flor que apenas florecía; vuestra tez, tan pura y diáfana, blanca y anacarada, como la más bella de las perlas; y tu cabello, tan brillante, y el corte que te tenían, se veían hermosos en el retrato tus rizos espesos y más dorados que el sol. Cómo no enamorarme de aquélla pequeña, que inocente y tierna, con su paletita y con su esclava, veía hacia mis ojos desde ese trozo de papel. ¿Te acordás, que me quedé pasmado viéndola por más de quince minutos? Y en pago por el detalle, una cena te esperaba. Ay, aquella velada, tan llena de suspiros y miradas que se entrecruzaban en el telar del amor. Sabés, sigo teniendo ese retrato junto a mí. Sírveme de inspiración en mis poemas cuando no estoy inspirado. Y la luna me exige que escriba. Cuando la noche llora, me acuerdo de vos. Y recuerdo tu voz a través de tus labios susurrando en mis oídos, unas palabras suaves que apenas y se percibían. Me decías cuán especial era yo para vos. Pero esos tiempos se terminaron, tras la cruda realidad, ésta suerte no me deja vivir en paz. Y por eso te escribo, para recordar de alguna forma, y no te extrañe que sí te dé a leer estas cartas, porque espero sean varias, aunque sea en mi lecho de muerte.


Cuidáte mucho luz de mis días y luna de mis noches.


                          Hernán Sicilia (16)