viernes, 8 de marzo de 2013

Los exiliados del humo


En medio de la noche, en un cuarto prácticamente oscuro en el que la única luz era la pequeña lámpara sobre la mesa de madera Julián decidió volver a sus viejas andadas. Tomó un cigarrillo con la mano derecha y lo sujetó suavemente con sus labios rojos; sacó el zippo de su bolsillo trasero y lo encendió mientras la mano izquierda cubría el fuego que encendería el cigarro.

    Julián estaba confundido, no sabia cómo empezar. Jaló fuertemente el humo del cigarro y lo contuvo unos segundos dentro de su cuerpo para después poder exhalarlo suavemente. Movió la silla de madera y se sentó frente a la mesa; se podía ver una hoja en blanco y un frasco de tinta azul. Cerró los ojos. Estaba perdido en sus pensamientos, entonces recargó la cabeza sobre la mesa y comenzó a respirar.

    En un acto de distracción, Julián dejó caer el cigarro al suelo, se apagó al instante. Tomó otro y lo encendió de la misma forma, como si fuera un ritual. Se quedó dormido sobre la mesa.

    Pasaron las horas y parecía que el final de Julián había llegado, pero no era así; estaba soñando, inspirándose, sintiendo. El suelo de la habitación se llenó de cajetillas vacías, Julián fumaba compulsivamente, pero su hoja seguía en blanco. El cuarto estaba lleno de humo, es sorprendente imaginarlo después de tantos años sin fumar.

    Él quería escapar y simplemente no sabía a dónde. Esto ya le había pasado antes, en su antigua habitación, la solución había sido escapar, exiliarse; ahora no sabía qué hacer, no tenía a dónde ir. El humo invadía su mente, lo atormentaba, lo mataba.

    Una gota de tinta manchó la hoja, Julián enloqueció. La noche se confundía con el día, el sol entró por la única y pequeña ventana de la habitación iluminando de a poco. Comenzó por la mesa donde Julián dormía y, pasando el tiempo; iluminó las cajetillas del suelo hasta que, al final, la habitación se iluminó por completo, mostrando letras azules en las paredes blancas: se trataban de los poemas que Julián había escrito entre delirios la noche anterior.

    Julián comenzó a gritar, enloquecido. Bajó las escaleras de forma apresurada, sin mirar atrás. Llegó a la calle y comenzó a llorar enfurecidamente. Estaba asustado y no quería cometer los mismos errores del pasado; no quería caer la rutina de hace apenas unos años; no quería escapar de nuevo de la realidad y exiliarse de sus acciones, de sus pensamientos, de sí mismo; quería ser feliz y dejar a un lado sus problemas.

    Su más grande temor era cometer las mismas acciones del pasado: fumar y escribir por las noches. El exilio funcionó por un tiempo pero todos, exiliados o no, volvemos a los orígenes. Julián temía a escribir pues sentía que dejaba un trozo de él en cada frase; sentía que poco a poco iba muriendo, se desintegraba entre la tinta y el papel.  Y así fue, desapareció pero esta vez, entre el humo de su habitación.

 Por Mariela Flores Aguilar.