lunes, 26 de noviembre de 2012

De rock & roll y tragedias griegas.

19 de Junio, 1994. Los cuerpos de dos jóvenes son encontrados a las afueras del balneario conocido como Caracol Beach, en un deshuesadero de automóviles junto al cuerpo de un emigrante de origen cubano,  al que los residentes locales y conocidos consideraban un total chiflado, un loco de remate que veía, según su infinita demencia, un tigre de bengala alado que no se cansaba ni por un instante de perseguirlo, de acecharlo como un cazador con su presa hasta matarlo; hasta devorarlo sin dejar rastro del paso por la faz de la tierra de aquél ser insignificante.
Esta es la historia frenética, el relato narrado con gran maestría que nos trae el cubano Eliseo Alberto, hijo del poeta Eliseo Diego, y que nos sumerge en un viaje por la locura, el miedo, el perdón y la muerte. Un viaje del que no todos pueden regresar y del que sólo unos cuantos afortunados, ilustres escogidos por el destino, son capaces de eludir. Sin embargo nada es eterno y el encuentro con la finitud, con el final de nuestra existencia es inminente. Nada es evitable, el destino esta escrito. “Los designios de la Providencia son inescrutables”, diría Julio Cortázar, y la historia que se desarrolla muy cerca de una ciudad al sur de los Estados Unidos donde el multiculturalismo y la relación entre distintas ideologías, pensamientos y formas de ver la vida se entrecruzan, se mezclan y se convierten en el pan, el alimento necesario del día a día.
            Todo en esta novela esta escrito de una forma en la que la totalidad de los personajes se entrelazan unos con otros en un juego de coincidencias y equivocaciones que determinan un final catastrófico. Desde el sufrimiento eterno de un hombre cubano, el cual recibe los resquicios de una de las tantas guerras del África, más específicamente en Ibonda de Akú, transformados en la locura de imaginarse un tigre, y su salida esa fría noche de junio a las calles de Caracol Beach para buscar a alguien que lo mate, que le de muerte y acabe de una vez con su incalculable dolor; pasando por dos profesores que se otean con deseo, que se desean mutuamente y que pasan la noche, una agradable noche de copas, sin saber de antemano los acontecimientos que acometen a sus alumnos, el espanto de la tragedia ineludible; hasta los propios jóvenes: Martin Lowell, Tom Chávez y Laura Fontanet, que salen por cervezas para seguir la parranda, la noche de tragos entre ellos y sus demás amigos que los esperan  impacientes en una casa, sin conocer, sin tener la menor idea de que el soldado cubano Beto Milanés, el emigrante infeliz, los persigue sin cesar para que lo maten, y que el miedo a la muerte los arrastre a todos a la locura, al delirio inconcebible que viven los habitantes que yacen entre las letras de esta novela.
Un policía, su ayudante, un travesti confundido, su amante, los haitianos, la luna llena que se alza sobre el manto negruzco de la noche, un perro que ha sido estrellado contra un muro, un hombre que lo llora desconsolado, una prostituta mexicana que exige justicia, una anciana que quiere dormir pero el ruido de la música en la casa de al lado la ensordece, por lo que decide llamar a la policía;  todo un conjunto de seres que chocan entre sí y que poseen como lugar común, como único sitio donde la catástrofe humana, el desastre de las pupilas dilatándose hasta apagarse fluyen a ritmo de rock & roll, donde la tragedia se mueve con una cadencia alborotadora, un sitio llamado Caracol Beach, una playa, un deshuesadero, el único pedazo de tierra en este mundo donde los tigres de bengala vuelan con sus alas de cisne, buscando la carne tersa y suave de los locos y dementes que salen a las calles en un periplo sinuoso, deseando que los asesinen.
 

Alan Santos.