viernes, 6 de julio de 2012

Ella sueña a un desconocido

Ella lo había citado. Le escribió un mensaje un tanto inexpresivo, en palabras más o palabras menos, le había dicho que tenía que contarle algo. Sinceramente aquello a él le perturbó un poco, tenían mucho tiempo sin verse, aunque existía una relación amistosa entre ambos, no solían frecuentarse a menudo.

Llego puntual a las 5 pm, vestida sencillamente, pero con ese dejo de gracilidad y aquella sutil elegancia totalmente inconsciente. Como siempre el ambiente se impregnó de su perfume, un toque inconfundible de ámbar y madera de oriente. Estaba delgada como siempre, sin embargo tenía un cuerpo bien proporcionado, suaves formas y unos ojos tan inmensos y negros que a veces desconcertaban. Es guapa, pensó él, pero lo ignora.

Lo saludó con afecto, y al cabo de unos minutos le dijo:

“No sé si sea lo mejor revelarte esto a ti, pero intuyo que es lo único que me falta por hacer. Hace un año que vivo aquejada de un mal extraño, una enfermedad onírica, por así llamarlo.”

Su mirada denotaba ansiedad, pero estaba totalmente seria. El tema realmente parecía ser bastante grave.

Prosiguió su relato y yo la escuché, aún más atento:

“Hace un año conocí a alguien, un hombre. No me demoraré en darte sus señas, ni te explicaré como lo conocí. Creo que lo mejor, será que ahorre estos detalles y vaya pues directo a lo que deseo contarte.  Antes de continuar, he de decirte que yo me he examinado muchas veces, antes de contarle esto a alguien, sabes y me conoces  que soy una mujer bastante racional y que no me gusta enfrascarme en cosas inverosímiles. Soy de un talante más bien práctico.”

Y  no mentía, ella realmente siempre se había caracterizado por ser muy inteligente y por poseer un pensamiento analítico y lógico. Una mujer con los pies bien puestos sobre la tierra. Por ello cuando me mencionó lo de su “enfermedad onírica”, quedé pasmado, aunque traté de disimularlo de la mejor forma posible.

Continuó su relato y esta vez, presentí no haría más aclaratorias, ni inducciones. Puede deducirlo gracias a la fuerza de su voz, y por el fulgor misterioso de sus pupilas.

“Este hombre que conocí, hace un año, sólo lo he visto una vez. (hizo una breve pausa, visiblemente afectada). Pero en mis sueños, lo he visto muchas veces…diría que infinitas veces.

El por supuesto  ignora totalmente esta circunstancia, para él solamente soy una conocida, o mejor dicho una desconocida, con la cual la cual se cruzó fugazmente. Yo no sé mucho sobre él. La interacción ha sido inconstante y como te comenté, en persona sólo lo he mirado una vez. He de reconocer que en ese breve y único encuentro “real” sentí algo de perturbación al mirar sus ojos, muy hondos, esos que parecían saber algo sobre mí. La conversación fue breve y extraña, y al marcharse dejó un eco  de  su perfume, no lo sé. Sus manos, estaban perfumadas, o era su olor personal. Se había marchado y su olor estaba allí. Sin embargo traté de olvidar todo esto, el encuentro y sus efectos no tenían mucha lógica ni consistencia. Y así fue, olvidé todo en la cotidianidad de mis días siempre ajetreados. Lo que no sabía es que este olvido era muy temporal.

Pasó un mes exacto. Allí comenzó lo insólito. Lo soñé. Dormía a mi lado, y podía sentir su respiración, los latidos de su corazón, su cuerpo vivo y tibio a mi lado. Mi cara estaba casi sobre su pecho, que estaba desnudo como todo su cuerpo.  Recuerdo con precisión  que sobre su pecho colgaba un crucifijo, era una cruz, no demasiado pequeña, que pendía sobre una tira de cuero, o algo similar. No era una cadena común con el crucifijo, no. Desperté y aún sentía la tibieza de su cuerpo y la imagen de esa cruz flotando en mi cabeza. Sin duda, era el mismo desconocido, ese el del encuentro breve, que ahora había invadido mi sueño, pero lo que me sobrecogió, fue el grado de intimidad de ese sueño y de los siguientes.  No te abrumaré en contártelos todos, pues han sido muchos en el transcurrir de este año.  Son tantos que uno parece crear al otro, se perpetúan. No he de describirte algunas cosas, que son íntimas, me imagino sabrás comprenderme.

Aunado a ello, me he sentido ansiosa, he tenido algunos problemas para conciliar el sueño, y cuando sueño con él, es algo tan vívido que parece sobrenatural.

En el sueño, he sentido mi corazón dentro de su cuerpo. Él se ha perdido en el mío. Hasta soñé en una ocasión que me regalaba un libro: París era una fiesta de Ernest Hemingway .”
En este momento, se vinieron a mi mente muchas interrogantes, entre ellas: ¿Ésto podría ser posible acaso, soñar con un perfecto desconocido de esa forma?

No pude evitar preguntarle.

¿Te atrae este hombre? Su mirada demostraba confusión. Hizo un silencio y sólo alcanzo a decir. “En el sueño, somos como dos cuerpos imantados.”

¿Lo has visto en otras ocasiones? ¿Le has visto ese crucifijo?. Su respuesta fue. “Solamente lo he visto una vez en mi vida. No he intimado con él, no puedo decirte si el posee esa cruz o no, tendría que haberlo visto en una situación íntima, o con una ropa holgada, o que lo hubiese llevado por fuera, pero cuando le vi, no alcancé a ver nada, ningún crucifijo, estaba vestido… bueno creo que ya te he explicado, no hemos intimado para nada”

Reconocí que mi pregunta fue tonta. Si sólo lo vio una vez, no tendría mayores datos sobre él, que lo que lo escaso que arrojó ese breve encuentro. Me quedé sin palabras, no podía expresarle nada, todo aquello resultaba muy confuso.

Ella me miró y supe que iba a marcharse.  Solo atiné a decirle un poco balbuceante.

¿Y si él te sueña también?. Ella me miró algo dubitativa, pero luego sin más me dijo. “Eso es imposible. Si él me soñara como yo a él, ya habría venido en mi busca”. Luego de esto, seria e inquebrantable, se despidió de mí con afecto.

Y  agregó por último:

Te lo conté porque eres escritor, haz algo con esta historia. O simplemente no sé, quizás, al decírselo a alguien más los sueños vayan mermando, quizás todo se evapore. Quizás el secreto sea el combustible de estos sueños. Tarde o temprano han de desaparecer, aunque mi corazón lata dentro de él, aunque yo sienta a veces conocer los rincones de su espíritu, aunque casi palpe su piel, aunque me inunde siempre su olor y aunque sé perfectamente que conozco ese cuerpo como nadie, como ninguna otra mujer… Toda esta enfermedad onírica se desvanecerá en un un soplo. Porque ya lo sabemos “Los sueños sólo sueños son.”

Después de esto comenzó a caminar, segura, precisa, se llevó consigo sus formas gráciles, su aroma de ámbar y solo me dejó en un mar de perplejidad.

Por Mariela Cordero.