lunes, 10 de septiembre de 2012

El mar se detuvo en sigilo


El mar se detuvo en sigilo,
se desvaneció el ritmo de sus olas
dejando entristecido al horizonte.

Dejó de calentar el sol en Julio;
anuncia el día y se retira
igual que un caballero desdeñado.

Salgo a la calle con la certidumbre
de que la lluvia fragua mi destino
y no cargo más abrigo que mi suerte,
pues, no quiero estar preparada
para cuando la tierra enloquezca conmigo;
aún no llegan las nubes negras de agosto
y ya siento el cuerpo mojado y entumecido.

No avanzo, sólo veo venir la noche
y me destierra de su calma;
llega el insomnio con sus mil voces
a entreabrir las puertas del infierno.

Aún con todo, tu aroma acústico
en mi mente somnolienta, se dilata,
y aunque todo es lento
llegas con la furia de un caballo desbocado.

Siento tus pisadas sobre los labios,
y el cabello suave que pasa por los dedos
con alguna palabra mía,
hecha del amor que yo te guardo,
del consuelo que te debo
de los días que no dormí a tu lado.

Contigo veo la locura y la deseo;
quiero batirme mil noches en vela,
fumar treinta cigarrillos con ron entre libros,
basura y botellas, que suene Frank Zappa,
que me muerda la existencia con rabia
y no me quede alivio alguno que tus ojos.
Exagerar las cosas al punto del drama
y salir gritando hacia arriba con euforia.

Volver a caer, levantarme y volver a volar,
hasta que la muerte
venga con su miembro erecto,
y me embista con la furia de un toro,
sobre tus brazos.

Por Tania Jaramillo.