lunes, 9 de julio de 2012

La verdad, musa escurridiza.


En algún lugar de la razón humana, del pensamiento efímero, vivía el conocimiento. Éste había dedicado la mayor parte de su existencia a la eterna búsqueda de la verdad –indagación de por sí difícil, ya que la verdad gusta de jugar a las escondidillas entre los vericuetos y las calles de la duda y la mentira, por lo que encontrarla suele ser un periplo que pocos consiguen concluir.

            Duró varios años recorriendo diversos y tormentosos caminos. Encontrándose con los peligros del miedo y la superstición. Hasta que después de realizar un sinfín de investigaciones, de cruzar un torrente de experiencias y sufrir los achaques del error, creyó encontrar la verdad escondida entre un lecho de piedras, a las orillas de un rio.

            En su lugar sólo se encontró con un grupo de refutaciones que se dirigían al mercado de ideas, para discutir los precios de los productos. El conocimiento, indignado, se sentó junto a un árbol a llorar, y decidió renunciar a su búsqueda de la verdad. Al escuchar el llanto del conocimiento, uno de sus viejos amigos, cuestionamiento, se acercó para tratar de descubrir el motivo de aquella tristeza. “Qué te pasó hombre”, dijo el cuestionamiento. “Renuncio a la búsqueda de la verdad, es imposible”, respondió el conocimiento. “Pero si por eso es que debes seguir tu búsqueda. Si no fuera por el escudriñamiento que has hecho, tratando de buscar la verdad, jamás habrías descubierto todas las maravillas del mundo que nos rodean, y yo no podría dudar y rebatir de todo lo que me has dicho. Amigo mío, quizás la verdad no existe, pero tratar de encontrarla es lo que nos hace levantarnos una y otra vez, para seguir adelante”.

Alan Santos.