La primer cosa que tengo que decir, y que en sí no es gran cosa,
ya se los he dicho, y puesto que la segunda y tercera también, me saltaré
directamente a la quinta, por considerar que las dos pasadas fueron la tercer y
cuarta cosa. En fin, antes de que cualquier persona con un intelecto
medianamente desarrollado y un ego por los cielos, intente o logre refutar mi tesis
(considerando que el simple hecho de hacerlo, habla ya de un alto grado de
estima personal, al creerse no sólo capaz, sino a la
altura de una autoridad, para corregirme), me protegeré bajo un muy sencillo
argumento:
Debido a que mi juicio opera bajo la tutela y en contubernio con
mis experiencias, las cuales, por cuestiones especiales y temporales, sólo
pueden o pudieron ser vividas por mi, nadie tendrá derecho ni razón de
juzgarme, puesto que tendrían que ser yo para entenderme.
-Y…qué le parece?
-Hasta donde puedo acordarme, ayer cuando hablamos por teléfono
dijiste algo parecido a “he escrito una obra maestra”.
-Bueno, tal vez me precipite un poco, pero…
-Dijiste “está mi nuevo ensayo y luego la basura del Tractatus
lógico-philosophicus”.
-Sé que exageré un poco, pero creo que tiene grandes
posibilidades.
-Tal vez las tenga, tal vez no, de tres pinches líneas se puede
decir muy poco; mi punto es, que si quieres venir a impresionarme tienes dos
opciones: o ser un maldito genio o un imbécil del que me pueda burlar más
tarde.
-Tal vez si le leo la siguiente parte, quede un poco más
satisfecho, apenas había comenzado.
-No, ni hablar. Márchate ahora mismo que debo seguir trabajando.
Pablo sale de la oficina del profesor, camina rumbo a la cafetería
de la facultad, hace cola por unos 3 o 4 minutos, y antes de que pida un café, recuerda
ésta aborrecible imagen del estudiante de filosofía (o sea la de él) que
bebiendo café americano en vasito de unicel, revisa notas en algunas hojas
sueltas. “No planeo alimentar el estereotipo de mi gremio, pediré un vaso de
leche”.
Por Alonso Pi.