lunes, 28 de mayo de 2012

Consejos de Taberna (V).


(Con varias copas de más) «Compadre, deja de atormentarte por la muerte de tu madre. La vida es un continuo devenir, no te detengas por algo tan natural». Le dijo un amigo a otro amigo, que desde ese día inició la búsqueda interminable de la cura contra la muerte. Recorrió los más lúgubres y tenebrosos cementerios del mundo: desde La Recoleta, la Almudena, hasta llegar al de Montparnasse, donde al inspeccionar los cadáveres de dictadores celebres y escritores surrealistas encontró la cura contra la muerte. Entre sus investigaciones y necro-descubrimientos destacaban la capacidad de evitar el proceso de descomposición con canticos bakongos, y un remedio casero a base de fresas para conseguir la reanimación del corazón y los pulmones.

Al retornar a sus tierras cálidas fue corriendo al cementerio de su pueblo para desenterrar con un ímpetu desenfrenado el cadáver de su madre. Su madre olía a carne rancia y los gusanos se daban un manjar de reyes en sus orejas, por lo que se apresuró a darle a su progenitora el remedio contra el mal de la muerte. El cadáver se tambaleó unos instantes. Abrió los ojos; había retornado a la vida.

«Madre. Te he regresado de la muerte y estoy tan feliz de verte de nuevo», dijo el hombre con una cara de felicidad indescriptible en su rostro.

«Y quién te pidió que me revivieras. Mírame, estoy hecha un asco. Juan José quiero que me entierres de nuevo en este preciso instante y que te vayas a tu casa a vivir tu vida como deberías haberlo hecho. Aprender a seguir adelante» respondió el cadáver hediondo de forma contundente e iracunda.

El hombre no tuvo más opción que hacer lo que su madre le exigía; al fin y al cabo que hijo no hace lo que su madre le pida que realice. No se puede ir contra una reacción tan natural y mucho menos contra una de esa magnitud.

Alan Santos.