lunes, 21 de enero de 2013

Amor en cuatro tiempos (Segunda parte).


Fuck the presents might as well throw em out.
 
–Lucero, don Santiago, cómo están. Qué grata sorpresa –dijo Julieta al abrir la puerta de su casa.
–Es tu cumpleaños, querida, jamás podríamos faltar –respondió doña Lucero al abrazar calurosamente a su nuera.
–Gracias. La verdad no saben  lo agradecida que estoy al verlos aquí en nuestra casa.
–Muchas felicidades –mencionó don Santiago con afabilidad.
            Familiares, amigos y conocidos se reunieron en la calle de Efebos número cuarenta y dos para festejar el cumpleaños de Julieta, la embarazada esposa del notable Santiago. Las felicitaciones llegaron a su puerta por montones. Abrazos por aquí de las tías lejanas de la familia, obsequios por allá de los amigos que poco se dejan ver, y la grata felicidad de una pareja, de  compartir nuevamente un cumpleaños. Los regalos se amontonaron en una esquina mientras Julieta agradeció, sonrió y abrazó a cuanta persona se presentaba por la puerta principal para congratularla con afecto.
            Los padres de Santiago disfrutaban de platicar con las demás personas del lugar, sobre sus experiencias personales, sus logros y las historias más curiosas de la cotidianeidad.
            –Sí, mi esposo una vez luchó contra un cocodrilo cuando viajamos al Amazonas –dijo doña Lucero–  por poco y pierde el brazo entero.
            –No exageres tanto querida –corrigió don Santiago– sólo hubiese sido la mano.
Mientras doña Lucero contaba las historias inverosímiles de sus viajes a Sudamérica, Santiago rondaba por las orillas de la cocina sazonado los bocadillos varios que ofreció en la fiesta. Iba y venía en un constante periplo entre la sala y el patio; y la inalcanzable cocina. Algunos se detenían a felicitarlo por su próxima paternidad, otros se burlaban pensado que era el mesero. Sin embargo el disfrutaba del ambiente tan alegre que custodiaba su hogar y en especial que merodeaba a su adorada esposa. 
Julieta se desternillaba en pláticas enredadas con sus amigas de la adolescencia, en las cuales recordaban aquellas vivencias acompañadas de los novios inmaduros y las fiestas inmemorables. Recibió consejos de maternidad y hasta la terrible experiencia de una de ellas y su hijo autista que pintaba caballos en los baños de la casa.
Al pasar un par de horas, Santiago se ubicó en una silla solitaria de la cocina y se sirvió algo para tomar. Jugó en la mente con los puntos del techo y sin percatarse, su padre lo sorprendió por la espalda como lo hacía en los días de su niñez.
–¡Santi apaga las luces nos atacan los ogros! –gritoneó don Santiago.
Santiago dio un pequeño brinco en su asiento y volteó con una sonrisa a abrazar a su padre.
–Nunca cambias papá –respondió– siempre tan alegre.
–Pues este día es para festejar Santi –contestó su padre– es el cumpleaños de la bella señorita que tienes por esposa.
–Gracias padre –exclamó Santiago al dejar en la mesa un plato de bocadillos–. No sabes lo feliz que soy al estar con ella.
–¿Cuánto tiempo llevan de casados? –preguntó don Santiago.
–Dos años y medio papá –dijo Santiago.
–Cuídala mucho hijo –enunció el hombre de pronunciadas entradas–. Mujeres como esas sólo se encuentran una vez en la vida.
–Claro papá –aseguró Santiago.
            En la sala y el jardín la reunión se tornaba animosa. Algunos amigos de Julieta se acercaban para preguntar si podían tocar su pansa y sentir al bebé en su vientre. Ella encantada se los permitía. Tras algunos vasos de limonada y bocadillos de queso y fruta, Julieta tuvo la necesidad de usar el baño. Se desplazó a paso ligero pero veloz por el mar de gente de la sala, y llegó con disimulo. Al ver que la  mujer embarazada necesitaba usar el baño, los integrantes de la fila se hicieron a un lado y la dejaron pasar sin alegar. Al salir del cuarto de aseo la sorprendió por la espalda la fría mano de uno de sus amigos de infancia, al cual no había visto en años.
            –Julieta, ¿Te acuerdas de mí? –dijo el amigo misterioso.
            –Sí, claro, cómo podría olvidarme de ti si estuvimos tres años en la secundaria –respondió Julieta con gran entusiasmo.
            –Qué bueno –contestó el sujeto–. Por un momento pensé que se te había pasado. Me da gusto verte después de tantos años y además embarazada. Qué rápido pasa el tiempo.
–Sí –sostuvo la animada esposa–, los giros que te da la vida. En un momento juegas con los niños en fantásticas aventuras en el jardín, y al otro te conviertes en una mujer decidida, trabajadora y con un hijo en camino.
            –Me da mucho gusto por ti Julieta –aseveró el sujeto–. Espero que a pesar de todo aún podamos seguir viéndonos.
            –Por supuesto querido –dijo Julieta–. Me fascinaría que retomáramos contacto.
            –Pues entonces te dejo mi número –respondió el hombre–. Tienes dónde apuntar…
            –Julieta, cariño, ven a ver el regalo que te compró Santiago –gritó don Santiago al acercarse a Julieta e interrumpir su conversación.
            Todos se amontonaron en la entrada principal esperando la llegada de Julieta. Entre cánticos de las mañanitas y el entusiasmo de varias personas se vislumbró un automóvil plateado último modelo. La nueva dueña del vehículo, emocionada saltó por los aires y se acercó a su esposo.
            –Feliz cumpleaños mi vida –recitó Santiago.
            –Gracias mi amor, es el mejor regalo que me han dado –exclamó Julieta al tomar las llaves del carro y encenderlo con apuro–. Eres el mejor esposo del mundo.

Alan Santos.