miércoles, 24 de abril de 2013

Cibeles hija del cielo.


Afuera, la noche fluye arrítmicamente, como una melodía sincopada en la que el ruido de los grillos se adhiere de una manera caótica e implacable a las luces tenues, que meditabundas salpican apenas luz en mi cuarto, justo en el instante en que, en algún lugar, una mutación cromosómica se diluye en el último sueño de un anciano, en la cercanía de los limites semióticos de la inconciencia. Yo, distingo notas de piano, suenan tan melancólicamente, que casi podría afirmar que no quieren sonar, en su sonido se advierte el poco deseo por hacerse pronunciar, y ahora trágicamente se van volviendo silencio, hasta que gradualmente se disuelven en el aire.
Sorprendo tu mirada, cabalgo sobre estepas solitarias hacía ella, comienzo a sentir un deseo irremediable de ti, imagino mi cuerpo sembrando en tierras pardas la almendra de tus ojos, las palabras quedan ahora inanimadas, pierden su significado, secas hasta carecer de sentido, se suspenden, atravesando el espacio ocre de lo indescifrable. En la planicie me aqueja una sutil molestia, un vacío mío, una desesperación que se contrae y se expande, una implosión, una burbuja elemental, que levita armónicamente en el líquido amniótico de la existencia; comienzan ahora a sonar los sortilegios, se elevan arremolinándose hacia la soledad, acto reflejo, aparece la luna, remontada en el centro de la negrura del cielo, como pintada por algún animal surrealista.
Tú sonríes, te creas esa atmosfera de ligereza y dulzura, es entonces que me asaltan unas ganas irremediables de contarte mi angustia, de morderte la carne gruesa de los labios, de encaminarnos en corrientes y preguntarte, con los misterios que la noche me confiere,¿ por qué vos sonríes así?,¿ por qué vos te vas y no me esperas?, ¿Por qué vos me notas triste y no me das  tu voz?; sobre la mesa, el café ahora está frío y se ha aquietado en su superficie, desde lo abismal del cielo, los astros derraman su luz sobre la tierra; cierro los ojos y al último cigarrillo doy la última calada, intento dar un sorbo al insípido café pero lo derramo sin querer sobre esta hoja, vos para mí no te derramas, ni cálida ni tibia, vos te alejas…fría.
Tal vez será que sabes adentrarme con sigilo en la nocturnidad con ese vestido de verano, como la tarde adentra a las aves intranquilas en la profunda y tibia noche, mostrándoles su ultimo fulgor de helio, pero tal vez por eso mismo sea también que en ciertas ocasiones te odie, odie tu ser y tus muslos tiernos, y comience ahora a odiarte aún más porque sé que vienes a platicarme de ti, porque con aparente ingenuidad me preguntas si quiero saber, no das tiempo a mi respuesta, (aunque tal vez no logre formular alguna),comienzas, suavizas el tono, de pronto creo que comenzaras por describir el viento, pero empiezas por hilar nubes y arrecifes; te acercas, tu
boca dice que Cibeles es hija del cielo, que en su plexo, gametos centellean y desde él se desprenden fotones, que anhelan alumbrar la diáfana oscuridad de los ciruelos.




Por Basquiat.