martes, 18 de diciembre de 2012

Sólo falta jalar el gatillo

…Y mientras yacías dormida en la cama, hermosa, lozana como siempre, me permití verificar que la sobredosis de somníferos que te administre la noche anterior hubiera hecho su efecto. Trate de despertarte, pero no te movías. Un silencio espectral impregnaba el cuarto. Todo era tan extraño; en el transcurso de la madrugada –la fatídica madrugada, el último día de nuestra vida-, aún logre percibir tu aliento, los latidos de tu pecho, el calor de tu cuerpo. No sabría decir en que momento te fuiste, lo hiciste sin hacer ruido. Todo lo contrario a como he decidido irme: con un balazo estruendoso, salpicando mis sesos por todo el lugar. Solo así sabrán que me he ido. O puede que también solo de esa manera se enteren los vecinos, mi familia, el mundo entero, de que alguna vez existí. Pero ello es algo que en este momento ya no me importa. La vida, que se joda. La gente, que se joda. Prejuicios, intolerancia, despotismos, ¿Qué podría extrañar genuinamente de esta vida? Solo a ti nena, pero decidiste acompañarme, suicidarte conmigo. Esa decisión tuya es algo que aún no logro comprender. Y lo hiciste desde el momento en que te dije que mi enfermedad era terminal, y que solo me quedaban dos meses de vida –por cierto, los más felices de mi vida-, ¿Fue un acto de amor, o el pretexto perfecto para abandonar una vida sin pasiones y que me decías, con desesperanza, tristeza profunda, te aburría hasta el hartazgo? Reflexiones sin importancia. Ha llegado la hora. Curiosamente, justo en ese momento, los dolores extenuantes que me han aquejado desde el comienzo de mi enfermedad desaparecen por completo, sin la necesidad de tomar analgésicos. La idea de que voy a morir de verdad me golpea, se hace real, y un miedo intenso y fuerte, como jamás lo he sentido, escala rápidamente por mi cuerpo cuando coloco la pistola en mi cabeza. Solo me falta jalar el gatillo...