Mi estimado amigo –ya sea hombre o mujer
da igual usted es un ser humano– si está
recurriendo a esto déjeme decirle de antemano que está gravemente enfermo.
Sufre de dolores inexplicables en la zona del pecho que agitan y estimulan su
corazón, y siente como si un pequeño motor de motocicleta se alojara en sus
pulmones alterando su equilibrio respiratorio. Se encuentra desganado en
grandes ocasiones y la pérdida del apetito cada día se incrementa. Suele observar
a su derredor hostil y adverso. Señor –o señora– usted está enamorado. Le han
inyectado el virus del enamoramiento pero el problema amigo mío, el meollo de
su situación, es que su enfermedad no es compatible con otros ya sea porque los
demás están saludables o porque lo que usted tiene no compagina con lo que
tiene algún otro enfermo. Padece mal de amores.
No
tema pequeño mortal porque existe la cura para lo que usted tiene. Siga al pie
de la letra mis instrucciones y al cabo de unos días o meses –si pasan años
déjeme decirle que su enfermedad es otra y es más grave, por lo que esta receta
no será de su total interés– se sentirá más fresco que una lechuga.
Primero que nada
levántese qué hace ahí sentado malgastado su tiempo. Con el cuerpo bien
estirado mire el cielo –si no tiene un cielo a la mano mire el techo de su casa
pues no tiene otra opción. Obsérvelo fijamente y grite con todas sus fuerzas
hasta que se le acabe el aire. Nota: sus amigos, vecinos y familiares lo verán
de una forma extraña por algunos días, pero no se desconcierte aquello se
quitará con el tiempo. Después de haber gritado mírese en el espejo y contemple
el contorno de sus ojos. Apuesto a que se siente mejor.
Ahora vaya
directo a la cocina y prepare un remedio. Coloque en una olla grande, la más
grande que posea, agua hasta que esté a punto
de desbordarse. Llore un rato haciendo que sus tiernas lágrimas escurran
por sus mejillas cayendo en la olla. Cuando aprecie el desbordamiento del
recipiente séquese el rostro, y rápidamente coloque la mayor cantidad de su
tristeza. Ya no le haga caso a su hipotálamo por favor. Presiónelo y deje caer
unas gotas de dopamina en la mezcla. Revuelva bien los ingredientes con una cuchara,
grande de preferencia. Sea minucioso en este paso y tárdese la mayor cantidad
de tiempo posible. Mientras revuelve siga los siguientes pasos: pregúntese por
qué ha idealizado a esa persona que lo tiene embobado, qué admira de ella, por
qué le atribuye tantas cualidades positivas; reflexione por qué ansía estar con
esa otra persona y cuando está con ella, por qué se siente un simbionte que no
desea separarse. Deje de ser un parasito del amor.
Al terminar este
paso tape la olla y caliéntela a fuego lento hasta que hierva. Durante el
periodo de espera le sugiero que deje de ser un idiota. Sé que piensa en esa
persona por lo que recurra a buscar una foto si es que posee una –si no es el
caso imagine a la persona (pero no exagere). Corte la foto en pedacitos y
úntele al terminar sus deseos hacia ese individuo –si no cuenta con la foto
guarde sus deseos y espere–, y al hervir la mezcla viértala en una jarra de más
de dos litros. Agregue los trocitos de la foto embadurnados de sus deseos –o
sólo sus deseos– y meta en el refrigerador la jarra. Espere hasta que enfríe
contando las hormigas de su jardín y cuando el momento llegue regrese a su casa
y saque la jarra. Vierta algunas gotas de sobriedad en ella y revuelva con la
cuchara antes usada. Le advierto que la mezcla es en extremo amarga por lo que
recomiendo utilizar azúcar agregándole los pocos resquicios de felicidad que aun
posee. Sirva un poco del líquido en un vaso y a su preferencia derrame unas
gotas de limón, las cuales le otorgaran cierta ironía al compuesto.
Beba la mezcla
tapándose la nariz con una mano y en ocasiones haga gárgaras haciendo vibrar
lentamente su garganta. De esta forma el líquido entrará con mayor delicadeza y
no violentará las suaves paredes de su estómago.
Tome de dos a tres
vasos al día y en algunas semanas quedará tan asqueado de la mezcla, que el
virus del mal de amores se hartará de alojarse en su cuerpo e ira a molestar,
como es su naturaleza, a algún ingenuo
más.
Alan Santos.