lunes, 6 de mayo de 2013

De Cristal

Fría. Diáfana. Inerte en el muro. Distante. Ajena. Reposa en dirección al horizonte. Trata de abrazar al viento, pero éste se estrella en su cuerpo: liso, transparente, cristalino y limpio. Su cuerpo terso y duro, a la vez que delicado y transparente, afoca las escenas de la vida. Atrás de ella a veces se aprecian los atardeceres rojizos, y cerca del mar siente su brisa. Otras veces ha sido testigo de anocheceres; hasta ha reflejado el brillo de las estrellas y ha vivido la blancura de la luna. Pero ningún astro ha sido tan profundo como el claro espesor de su existencia. De grandes dimensiones protege sus dominios; es inocente, delgada, pero imponente como cortina de hierro. No deja al aire; le impide el paso. Es maravilloso pensar que está hecha de arena y se ve tan resistente. Es de arena fundida y corre el riesgo de quebrarse, en un estruendo estrepitoso y caer en llanto; o simplemente desmoronarse y sus partículas cual polvo se las lleve el viento. Pese a los riesgos de fisurarse, ella sigue templada y abierta a la mañana. Hay viento… lo escucha y trata de imitarlo, pero su imitación es en vano y suena opaca. Continúa ahí, invisible como siempre, seria, sin expresión. Se fue y ahora permanece en mi memoria; en el recuerdo del olvido. La sigo viendo, de pié en la pared de la casa que bordea el océano; despidiéndose de mí desde el alba al ocaso. La ventana de la sala reposa inerte en el muro… fría… diáfana… distante; y ajena…

Por Hernán Sicilia (16).