viernes, 1 de junio de 2012

Lucía...

Esa noche cuando Lucía se sentó frente a su computadora no podía pensar en otra palabra para describirse a si misma que no fuera "patética". La razón por la cual esto ocurría es que dentro de Lucía se habían desarrollado una serie de acontecimientos órgano-sentimentales que la habían colocado en aquel peculiar estado.
Cuando Lucía se levanto aquella gélida mañana de octubre se quedó paralizada, no debido a alguna condición fisiológica si no que la parálisis que ella sufría era debido a una, por llamarlo de alguna manera, incomodidad del alma. Verán, cuando Lucía abrió los ojos y las líneas paralelas que formaban las persianas de su cuarto con la ventana se definieron en sus pupilas, el pensamiento que arribó como mensajero matutino a su mente fue que no tenía absolutamente ninguna razón para levantarse de la cama y "vivir".
Lucía juzgó que la mejor estrategia era convencerse de la falsedad de este juicio acarreado por la nubosidad del pensamiento al alba, por lo que comenzó a hacer una lista de cosas que quería, cosas como "una cámara fotográfica nueva", "un par de zapatos de tacón alto" y otros sustantivos que la sociedad nos ha inculcado que al poseerlos se es feliz. Sin embargo pronto se dio cuenta de que este tipo de cosas no valían la pena ni siquiera que ella parpadeara una vez más.
Prosiguió y en un cambio de planes comenzó a pensar en toda la gente que dependía de ella, sin embargo, de la misma manera que la estrategia anterior había fracasado, esta estrategia para convencerse de que valía la pena continuar con la farsa diaria fracasó.
La lista "personas que me necesitan" fue a hacerle compañía a la lista "cosas que me harán sentir bien", ambas se encontraban en ese lugar al que van a parar todos esos pensamientos que juzgamos inútiles, pensamientos que nos defraudan, pensamientos como "Para el mes próximo habré perdido 10 kilos" o "El próximo año sí voy a estudiar francés".
De alguna manera Lucía en un momento de inspiración logró dar media vuelta en la cama y se encontró con la proyección de las persianas contra la pared del cuarto, al tiempo que el relieve de su cuerpo rompía la simetría de la escena sobreponerse este a las sombras que habitaban la pared...
Levantó un brazo con su respectiva mano y abrió los dedos, observó la manera en la que fluían y convivían la geometría de la sombra de las persianas con las formas curvilíneas de su anatomía, y fue en este momento en que Lucía experimento una sensación de lo más particular.
Sintió que ella, Lucía, había dejado de existir, existían la pared, las persianas, la sombra de las persianas y las sombras de los dedos, de la mano y del brazo de Lucía, sin embargo, ella misma Lucía, no existía.
Era un espectador que observaba la pared y al mismo tiempo habitaba un edificio celular que los demás edificios celulares llamaban Lucía, pero ella misma, la entidad capaz de decir "esa es mi sombra y estos son mis dedos" no pertenecía al mundo de las sombras y los dedos y las paredes.
En ese momento cayó en cuenta que no existía en el universo entero (el universo de las sombras, dedos, paredes y gente hecha de células) ni una sola razón por la cual Lucía (la persona pensante y no la persona celular) debiera pararse e ir a trabajar, que ella tenía infinitas opciones, una de las cuales era quedarse en esa cama, en esa posición, con la sombra de su mano en la pared, por el resto de la eternidad; y otra de las infinitas opciones era levantarse de la cama y salir al mundo material.
Acto seguido Lucía se levanto y corrió las persianas, recibiendo un baño de luz dorada sobre su cara, dispuesta (más que nunca) a vivir la vida, sabiendo que era ella y solo ella en un acto de suprema autonomía la que lo decidía así, por si misma y para si misma.
Por José Patiño.