lunes, 27 de agosto de 2012

Verte (o la intrépida forma de desnudarte con la mirada).


Te veo. Tú no me ves. Sólo caminas por la acera que te llama, que grita tu nombre a los cuatro vientos, y que te impulsa como un proyectil hacia tu destino. De entre la multitud, de la muchedumbre que camina absorta, mi silueta se distingue contemplando la tuya. Incitándote a que voltees y que me descubras admirándote, para que jueges a ratos con mis ojos que te buscan. Imagino tus pies delicados, esbeltos y tersos; suaves como seda importada. Dos pasos, tres, cuatro, das al contonear la cadera. Tus muslos saltones se pasean en un vaivén infinito que aletargado contemplo. Los pechos firmes, pequeños pero indiscretos, como dos copas de vino. El cuello oloroso a fragancias exóticas. Aroma de los dioses que se convierte en el más grande estupefaciente de mis deseos secretos, de mis pensamientos más profundos que fluyen como cascada. Tus labios rojizos color carmesí, se aprecian apetitosos, comestibles como una gran manzana que debe ser mordida sin prelación, sin preámbulo innecesario. La nariz respingada pero diminuta, finísima, que se dibuja por encima de la boca que tiembla, que grita: “bésame. No te detengas que soy tuya”.  Y los ojos almendrados. Ventana marrón que vislumbra todo lo que te rodea. Que ignora con una sencillez de sierva, mi mirada que aún busca jugar con la tuya, retozar a la distancia y entrar a tu alma sin tu permiso. Tu cabello castaño ondula con la brisa leve, solazando con los céfiros como un vástago con las criaturas enigmáticas del jardín.

De repente siento una turbación en el aire y me miras. Nuestros ojos chocan por un instante y me volteo nervioso. Finjo que no sabes que te miro cuando no me miras; y cuando me miras, niego mirarte. Y al negar que te miro, niego mi existencia y todo lo que creo ser para convertirme en lo que no soy cuando no te miro.  Me ignoras como el que ignora que respira: sabes que estoy ahí pero me desatiendes, distraes tu atención hacia las personas que caminan. Los ruidos se presentan como la orquesta citadina de nuestro encuentro. Se escuchan los cláxones de los automóviles deseando pasar, murmullos entre la gente que ríe, piensa, sufre, llora. Alguna figura solitaria me otea a instantes, pero se aburre de mi apariencia por algún momento prosiguiendo su camino.

Regreso a observarte y para mi sorpresa, te comienzas a evaporar como un chubasco ligero que se pierde en el trayecto. Te descubro de espaldas, tan imponente y radiante, tan hermosa y sensual. Ya no me miras y decides olvidarme. Dejarme en algún rincón milimétrico de tu memoria, como recuerdo efímero. En cambio tú, vivirás por más tiempo en mi cabeza, en mis pensamientos como la musa que consiguió que un instante de inspiración, se convirtiera en una eternidad de deseos y sensaciones, que viven aún, en un universo alterno donde tu mirada y la mía se encuentran por siempre.
Alan Santos.