martes, 21 de agosto de 2012

Los miércoles son para lavar

Era una tarde otoñal muy común supuestamente. Al cuartel del pueblo entra una señora de algunos 40 años y pasa confiadamente hasta la oficina del oficial el cual estaba dormido en su silla. La mujer se sienta frente a la  mesa y le da unos golpes al escritorio para despertarlo, este naturalmente responde al acto con espanto.

- Hola oficial, soy Aurora y por favor no me interrumpa que en esta vida he hablado muy poco y cuando tengo algo que decir merezco ser escuchada. Vivo en las lomas que ve allá arriba, nunca me he mudado de allí para ninguna otra parte, ahí naci y cuando me case mi esposo se quedo con nosotros hasta que se fueron mis dos hermanos a la capital después de la muerte de mis padres.  Lo más lejos que he llegado ha sido al pueblo, usted sabe, por necesidad.  Y más después que mi esposo me abandono embarazada de mi  hija Cleotilde que ahora cumple sus 16 años.

La verdad es que este es un campo muy normal donde no pasa nada que Dios no quiera, pero vengo precisamente por algo muy importante que paso en contra de la voluntad del altísimo, nuestro señor. Y estoy segura oficial que el señor me ha enviado para que se le aplique justicia a aquel que  pretende ser el todopoderoso quitándole la vida a alguien. ¡Si mi oficial!, vengo a reportarle un homicidio.

- ¿¡Pero cómo es posible señora!? ¡Algo tan serio como un homicidio y usted comienza relatándome su vida! Ahora mismo hay que salir a…

- ¡Cállese! ¡O no le digo! Así que siéntese y déjeme explicarle que sin mí no podrá usted hacer nada.

Fíjese que esta mañana, bien tempranito, como todos los miércoles desde que tengo 10 años, me he ido al rio a lavar. Y  fue ahí cuando vi el cadáver de un joven de piel clara, así, un poquito más quemadito que yo, cabello lacio  y abundante y vestido muy elegantemente con un ramo de flores metido en la boca.

¡Ay oficial! Perdone usted si no es ahora hasta las 3 de la tarde que les vengo a decir lo que ha pasado, pero debí moverme a otro lado del rio a lavar y en la casa me esperaban mis quehaceres, además, tenía que consultarlo con Dios el siempre me dice que hacer.

- Señora discúlpeme, pero le ruego por favor que trate de ser objetiva y colabore con nosotros. Debemos tomar carta en el asunto lo antes posible, así que  venga usted conmigo y con los demás oficiales al lugar de los hechos.

- ¡Ah no oficial!  Si en el lugar de los hechos no ha quedado nada. Yo misma me encargue de dejarle todo eso limpiecito, con ayuda de  la Cleotilde enterré al pobre hombre como se debe, hasta le oramos, y las flores que llevaba en su boca se las he puesto encima de su tumba. Además le he lavado la ropa, claro menos  la interior porque sería deshonroso delante de mi hija y delante del señor.

- ¿¡Esta usted loca!? Ese cuerpo debe ser entregado  a los forenses para ser estudiado e investigar el caso.

Al pronunciar estas palabras suena el teléfono.

- ¿Si?  Aja, entiendo (mira a la mujer con cara de desesperación  mientras tomaba unas notas), lo llamo enseguida, ya trabajaré en eso. Bueno, adiós.
Señora, -le dice entre un suspiro mirando las notas-  ¿puede detallarme como era el hombre que encontró a orillas del rio?

- Mire, era un poco mas quemadito que yo, no mucho, imagínese como si hubiese pasado una tarde bajo el sol. Tenía mucho cabello lacio y oscuro. Era joven de peso común, no muy alto, con un golpe en la cabeza. Vestía una camisa azul  la cual me dio mucho trabajo para sacarle el sucio de tierra pero soy hija de mi madre ya sabe ella era…

- ¡Señora concéntrese!

- Y unos pantalones negros.

- Escúcheme…

- Aurora, mi nombre es Aurora, como la madre de mi padre.

- Escúcheme Aurora, al parecer el joven que ha encontrado a orillas del rio es el novio de la hija del acalde del pueblo y la iba a visitar, por eso las flores. Según el alcalde el muchacho  también cargaba  en la suelas de sus zapatos la combinación de una caja fuerte que habían sacado la muchacha y él para lo de su casamiento. Algunos rufianes se habrán enterado y lo han seguido sin poder conseguir nada por suerte, pero por desgracia matando al pobre muchacho. Aurora, debe llevarme a donde enterró  al muchacho y conseguir esa combinación.

- Ay oficial mire que mi memoria no es vaga ni despierta pero hare lo posible. Ah! Pero si lo encontraremos en seguida por el ramo de flores.

- Vamos entonces.

Al llegar a orillas del rio   encuentran las flores dispersas por todo lugar, el viento las había pateado dejándolas desorganizadas en  la orilla. El alcalde se agarro la cabeza y miro a Aurora que en ese momento miraba al cielo con las manos juntas orando.

- ¿Y ahora oficial? ¿Que hacemos?

- Búsquese un pico y una pala, empecemos a cavar y hasta que no demos con el cuerpo del joven ¡de aquí no nos vamos!

- ¿Que!?

- Como acaba de oír  Aurora, por su culpa estamos en este lío! ¿¡A quien se le ocurre hacer tal cosa!?

- ¡Ay Dios mío! Por estar yo de entremetida, si bien me lo ha dicho mi madre, ¡los miércoles son para lavar!

Por  Elba Caba.