Por Hernán Sicilia (16).
lunes, 6 de mayo de 2013
De Cristal
Fría. Diáfana.
Inerte en el muro. Distante. Ajena. Reposa en dirección al horizonte. Trata de
abrazar al viento, pero éste se estrella en su cuerpo: liso, transparente,
cristalino y limpio. Su cuerpo terso y duro, a la vez que delicado y
transparente, afoca las escenas de la vida. Atrás de ella a veces se aprecian
los atardeceres rojizos, y cerca del mar siente su brisa. Otras veces ha sido
testigo de anocheceres; hasta ha reflejado el brillo de las estrellas y ha
vivido la blancura de la luna. Pero ningún astro ha sido tan profundo como el
claro espesor de su existencia. De grandes dimensiones protege sus dominios; es
inocente, delgada, pero imponente como cortina de hierro. No deja al aire; le
impide el paso. Es maravilloso pensar que está hecha de arena y se ve tan
resistente. Es de arena fundida y corre el riesgo de quebrarse, en un estruendo
estrepitoso y caer en llanto; o simplemente desmoronarse y sus partículas cual
polvo se las lleve el viento. Pese a los riesgos de fisurarse, ella sigue
templada y abierta a la mañana. Hay viento… lo escucha y trata de imitarlo,
pero su imitación es en vano y suena opaca. Continúa ahí, invisible como
siempre, seria, sin expresión. Se fue y ahora permanece en mi memoria; en el
recuerdo del olvido. La sigo viendo, de pié en la pared de la casa que bordea
el océano; despidiéndose de mí desde el alba al ocaso. La ventana de la sala
reposa inerte en el muro… fría… diáfana… distante; y ajena…
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