(Con varias copas de
más) «Compadre, deja de atormentarte por la muerte de tu madre. La vida es un
continuo devenir, no te detengas por algo tan natural». Le dijo un amigo a otro
amigo, que desde ese día inició la búsqueda interminable de la cura contra la
muerte. Recorrió los más lúgubres y tenebrosos cementerios del mundo: desde La
Recoleta, la Almudena, hasta llegar al de Montparnasse,
donde al inspeccionar los cadáveres de dictadores celebres y escritores
surrealistas encontró la cura contra la muerte. Entre sus investigaciones y necro-descubrimientos
destacaban la capacidad de evitar el proceso de descomposición con canticos bakongos, y un remedio
casero a base de fresas para conseguir la reanimación del corazón y los pulmones.
Al retornar a sus
tierras cálidas fue corriendo al cementerio de su pueblo para desenterrar con un ímpetu
desenfrenado el cadáver de su madre. Su madre olía a carne rancia y los gusanos se daban
un manjar de reyes en sus orejas, por lo que se apresuró a darle a su
progenitora el remedio contra el mal de la muerte. El cadáver se tambaleó unos instantes.
Abrió los ojos; había retornado a la vida.
«Madre. Te he
regresado de la muerte y estoy tan feliz de verte de nuevo», dijo el hombre con
una cara de felicidad indescriptible en su rostro.
«Y quién te pidió que
me revivieras. Mírame, estoy hecha un asco. Juan José quiero que me entierres de
nuevo en este preciso instante y que te vayas a tu casa a vivir tu vida como deberías haberlo hecho. Aprender a seguir adelante» respondió el cadáver hediondo de forma contundente e iracunda.
El hombre no tuvo más
opción que hacer lo que su madre le exigía; al fin y al cabo que hijo no hace
lo que su madre le pida que realice. No se puede ir contra una reacción tan natural y mucho menos contra una de esa magnitud.
Alan Santos.
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