Los
habitantes de la pequeña comunidad de Villa Cruz se encuentran inconformes con
la prestación de servicios públicos por parte del gobierno. La empresa telefónica
no brinda el servicio de telefonía fija de manera adecuada y en su lugar, sólo se
escuchan canciones de John Coltraine sonando al momento que alguien descuelga
la bocina. El agua potable no llega con regularidad al suburbio, y en
ocasiones, mientras las señoras orondas se dan baños prolongados y míticos, de
la regadera escurren chorros y chorros de gaseosa de cola, obligando a los
cuerpos mojados y sucios a terminar pegajosos y azucarados.
La
educación pública es ineficiente. Los profesores se la pasan contando y
recitando tragedias griegas que los niños de corta edad son capaces de repetir
de memoria, como las diversas historias de Eurípides con canciones para saltar la
cuerda. Algo de los griegos cuando menos aprenderán. Los cementerios están repletos
de cadáveres tambaleantes, tristes y desolados porque no les han construido sus
féretros de madera, y ni se han tomado la molestia de crear sus lapidas y sus
lugares de entierro.
Los
residentes de la comunidad han mostrado su inconformidad apoltronándose en las
calles, y con la ferviente decisión de no pagar los impuestos hasta que se
resuelva el problema. Mares de basura se han juntado en las avenidas y calles principales que hasta
los pescadores más pobres han decidido emigrar a Villa Cruz para
buscar tesoros ocultos entre los desperdicios.
Las autoridades gubernamentales han respondido después de varios meses sin percibir ingresos. Le han pedido a la comunidad que exprese su molestia por escrito y que después de varios días obtendrán una respuesta definitiva. La mayoría de los ciudadanos molestos pero resignados aceptan; al fin y al cabo no les queda de otra más que confiar en la burocracia y sus mecanismos para solucionar los problemas del distrito. Los inconformes seguirán protestando, sin embargo su número se verá reducido, por lo que al perder fuerza y tiempo se aburrirán y volverán a la cotidianeidad de la vida, que quizás no sea la mejor ni la más preferible, pero en algunas ocasiones suele otorgar mayor certidumbre.
Alan Santos.
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