lunes, 11 de junio de 2012

Sánchez, su afán de poder.


Al señor Sánchez le fascina el poder. Tanto es así que para obtenerlo de forma contundente, convocadas las elecciones en su pequeño país, con una victoria electoral apabullante consolidó poco después un régimen dictatorial. Las tensiones tras esta acción crecieron de una forma tan catastrófica, que las clases medias estuvieron a punto de iniciar una revolución armados con botellas de vidrio, palos de beisbol y estandartes de libertad ferviente.

            Sánchez apaciguó la incertidumbre cooptando a algunos dirigentes del movimiento incendiario, mientras que los hombres y mujeres que se negaban a ser corrompidos, eran asesinados o desaparecidos misteriosamente en hoteles baratos, restaurantes de comida tradicional, o en eventos culturales promocionados por los intelectuales comprados por el sistema. No dejaban huella alguna, más que fantasmagóricos quejidos que sólo eran oídos por los niños pobres de  cinco años o más.

            Sánchez sonrió desde su balcón presidencial. Su plan había salido a la perfección. Eliminar a los disidentes era uno de sus objetivos principales. Su séquito de lame botas susurraba en silencio a sus espaldas. Se escucharon pasos provenientes del pasillo. Uno. Dos. Tres. Alto. Lo buscaban los banqueros y empresarios más importantes del país. Un subordinado entreabrió la puerta.  «Señor Presidente, lo buscan el señor López, dueño de la empresa tabacalera; el señor Fernández Preciado,  presidente ejecutivo en nuestro país de la corporación multinacional de refresco; el señor Gutiérrez Santamaría, accionista mayoritario de la institución bancaria “el Banco del Pueblo”, y algunos destacados empresarios más». El señor Sánchez admiró por el enorme ventanal de su despacho la arquitectura colonial; los edificios barrocos que resaltaban con el paisaje de urbanización de la capital de su patria. Le dio una gran fumada a su cigarrillo casero. «Hazlos entrar Ignacio. Prepara varias tazas de café. Los señores y yo tenemos muchas cosas de que hablar».

Alan Santos.

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