Y se deleitan bajo las cobijas como dos seres
extraños. Una caricia ajena choca contra la piel tersa, el pecho firme. Otra
mano baja desde un rostro fino hasta una cadera sensual, hasta el monte de
venus que se asoma. Y las manos juegan unas contra otras apretándose, estrujándose
hasta encontrase entrelazadas mientras los labios se interconectan y claman un
lenguaje sin palabras excelso. Discursos que se argumentan con los labios y la
saliva hasta recibir los aplausos de las manos que buscan lugares prohibidos.
El éxtasis se eleva cuando el acto empieza: choque de fluidos, amalgama de
emociones que concluyen en el delirio permanente de dos cuerpos que se funden
en uno mismo, al igual que dos gotas de agua encontrándose en el parabrisas de
un automóvil sin rumbo.
Alan Santos.
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