viernes, 7 de diciembre de 2012

Secreto del tiempo.


El intelectual de la época, Girón, caminaba despacio por aquella calle y aquella noche cuales serían -aún sin saberlo- relativamente importantes en su vida por siempre.  No sin asombrarse, Girón apartó su nublada vista del camino al notar cierto bulto cercano a él. A su izquierda, pues, descansaba un anciano de inusual -cabe destacar- aspecto. La noche era muy fría, y Girón no andaba merodeando cubierto con suéter alguno. Será, tal vez, que este frío tan impregnado hasta sus huesos fuera el culpable de su intencionado acercamiento.

-Buenas noches -dijo, dirigiendo el cálido saludo al anciano-.

No hubo respuesta. “¿Estará bien?” “¿Me alejo?” “¿Necesitará ayuda?” Girón no solía pensar demasiado, y sin ser esta la excepción, dejó de pronto sus pensamientos para avanzar en su camino. “¡En fin!”, murmuró para sí y comenzó a retomar el rumbo previo de su nublada vista.

-Buenas noches- dijo una inusual voz-.

Girón se detuvo helado. Será por el frío, o por el extraño tono de aquella respuesta cual -ya hundido él en sus pensares y pesares- no entendía si el posible remitente era aquel anciano o no lo era. Volteó, y el bulto no radicaba allí. “¿Qué diablos?”, se dijo.

-¿Buenas noches? ¿Quién habla? ¿En dónde está usted? -preguntó casi aturdido y sin moverse, Girón-.
-Hablo, soy yo. Estoy, aquí estoy. Mire detrás -respondieron-.

Girón volteó su cuerpo de inmediato.

-No lo miro. ¿Dónde está? ¿A qué juega? Me iré ya...
-Se irá ya, me dice. Cúmplalo y verá.
-¿Veré? ¡Pero si lo que deseo es ver! Déjeme verle, que una vez le vi ya. ¡Por ello le saludé en un inicio! -exclamó Girón, moviendo su cuerpo en direcciones todas-.

Y apareció, mas no era anciano, sino un joven enmascarado.

Girón rió. El aspecto -aún enmascarado, y con más razón por esto- del joven le recordaba a cierto maestro suyo de la infancia. Aquellos años habían sido los más tristes y obscuros de su vida hasta aquella noche, y no deseaba sumarle uno más a ellos de su presente vida.

-¿Es usted...? ¿Es acaso...? No, ¡esto es irreal! ¿Estaré soñando?
-Uno siempre está soñando, mi querido Girón. ¿Acaso es que no has entendido aún la variedad del suceso onírico? -sonrió el maestro- ¿Acaso habré de enseñarte una vez más lo que es el sueño, cual más no es que el propio instinto sabio?
-Pero, ¡vaya! Sí que es usted. Pero ¡imposible, no! ¡Imposible! Se mira idéntico a hace veinte años. ¿Será que el tiempo no se ha ocupado de usted? Me miro incluso yo más viejo ahora. ¿Quién lo diría? ¡Es usted un come-años!
-Comer años es mi más delicioso placer al tacto. Ven, ¿quieres entender mi mayor secreto? ¿Quieres entender aquel secreto que el tiempo no ha podido -y jamás podrá- erradicar?
-Sí, quiero. Enséñeme, y si es necesario enséñeme de nuevo.

Caminaron entonces hacia la gran avenida que se abría al fin de aquella calle. Allí las luces no enternecían, y alumbraban como Dios les ha mandado a hacer por siempre.  Llegaron al cruce, y el maestro aún poco alumbrado sonrió a Girón. Después señaló hacia el suelo próximo, en donde las líneas divisorias del pavimento indicaban. Girón enfocaba su vista tras los lentes gruesos que traía puestos, mas nada miraba de interesante.

-¿Cuál secreto? Aquí no hay nada, maestro.
-Fíjate bien, fíjate mejor -le respondió al tiempo mismo que le ponía la máscara suya a Girón sin éste poder oponerse-.

Y entonces miró. Aquel bulto que había visto anteriormente se encontraba en medio del camino horizontal, en medio del cruce dividido por líneas amarillas. Intentó entonces voltear a mirar los ojos del maestro, mas esto no le fue posible. Algo en su cuello no lo permitió.

-¿Qué sucede? -gritó Girón- ¿Por qué no puedo mirarlo, maestro?
-Porque no soy yo ya a quien miras realmente. Fíjate bien, fíjate mejor. ¿Qué miras? ¡Pero abre los ojos, muchacho! ¿De qué te sirve tener otro rostro ahora si no miras mejor?
-No miro nada. Miro un bulto que no tiene movilidad.
-Muévelo, si quieres.
-¿Cómo?
-Mueve un pie.

Girón rió fuerte. “¿Un pie? Este maestro perdió la cordura ahora. Mejor me largo de aquí”, se dijo. Y, entonces, al mover su pie derecho para retornar aquel bulto cayó encima suyo.

-¡Quítemelo! ¡Quítemelo! ¡Quítemelo! ¡Quítemelo! -exclamó Girón, desesperado-.
-¡Mueve tu otro pie, Girón!

Y lo movió. El bulto cayó lejos y nuevamente permanecía a mitad del camino dividido por líneas amarillas.

-Ay, Girón. Antes eras un niño bueno que podía mirar, que podía mirar mejor. ¿Qué te ha sucedido? ¿Son esas barbas tuyas? ¿Qué sucede, Girón? ¿Te explico, entonces? Muy bien, a ver -comenzó el maestro- aquel bulto no es más que mi esqueleto. Sí, mi esqueleto. Ay, Girón, escucha. ¿Qué te quite la máscara para que puedas mirarme de nuevo? Espera un momento, Girón, ¡espera y escucha! Entenderás que las bellas promesas son bellas por siempre, ¿no es así? Bien, pues yo hice una. Y mi esqueleto entonces bailó lejos de mi para hacerme juramento. Yo ya no necesitaba de él, pues mi cuerpo era ya insuficiente. Sí, insuficiente. No, Girón, ¡escucha, que no he perdido mi cordura! Mi cuerpo, pues, mi esqueleto bailó por unos días y entonces me devolvió mi máscara -aquella con que siempre me habías mirado-. Mi esqueleto nunca volverá, pues para todos ha de parecer bulto y para mi secreto. Es ese el secreto, pues, Girón. El secreto que el tiempo no podrá erradicar jamás. El precio a pagar por una promesa es el cuerpo mas nunca el alma o el ser, Girón. El tiempo se eleva todo, y no desciende nuevamente aún le ruegues hacerlo. ¿Recuerdas a mi mujer, Girón? Bueno, ella es mi promesa. Yo no estoy vivo aquí, Girón. Estoy con ella. Ella murió cuando aún era maestro tuyo en aquella escuela, mas nunca nadie lo supo en ese entonces. Ella murió y mi bella promesa fue alcanzarle al tiempo en ella. Rescaté sus hermosas sonrisas y me fui con ella. Ahora te toca a ti, querido Girón. Has de sobrellevar la comparación y no dilapidar tu tiempo aquí. Has de hacer una bella promesa, Girón. Entonces tu cuerpo será un bulto, y no más ella.

Girón no podía respirar. “Con que así es la muerte...”, susurró para sí.






Por Lucie Lou           

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